*Este artículo fue publicado originalmente el 7 de abril de 2024
Contar la historia de lo que ocurrió en los kibutz del sur de Israel el 7 de octubre no es nada fácil. No hay suficientes palabras para expresar lo que padecieron los israelíes. Y cuando intento hacerlo se me aparece un fantasma mayor: ¿cómo hablar del dolor del pueblo judío cuando, del otro lado, a menos de un kilómetro de donde estoy parada en este momento, los palestinos han vivido ese sufrimiento una y otra vez en los últimos 180 días?
Uno puede apagar el computador y no decir nada. Pero ¿cómo guardar silencio luego de recorrer a Israel, oír las historias de las víctimas y los gritos silenciosos que piden ayuda? ¿Cómo voltear los ojos para otro lado ante esta nueva versión del Holocausto? ¿No es también cruel que el mundo trate de acallar el dolor de los israelíes?
“¡Por favor, cuéntenle al mundo lo que han visto!”, nos imploraba Daniel Garcovich, un chileno, bajito y menudo, que se vino hace 20 años buscando el sueño israelí. Se le nota que hace un esfuerzo para no llorar más la muerte de su única hija, Dafne, de 41 años. Se le ve angustiado porque siente que el mundo no ha entendido lo que a ellos les pasó.
Él es el jefe de bomberos en la zona de frontera entre Israel y la Franja de Gaza. “Nunca habíamos visto algo de esta magnitud. Seis horas de ataques con misiles. Era una sola cortina de misiles. Aquí, en este punto, aterrizaron en parapentes. Mataron a los militares y luego fueron por la gente. Esto fue un segundo holocausto”.
Daniel todavía tiene en el chat de su celular las últimas palabras que recibió de su hija: “Socorro, socorro, socorro”. Luego no supo más de ella. Pensó que estaba secuestrada, como muchos otros, en los túneles de la Franja de Gaza. Pero, cinco días después, mientras dirigía la recuperación de casas incendiadas, vía streaming, les pidió a unos voluntarios levantar los escombros del techo que se había desplomado y al levantarlos se dio cuenta de que debajo yacían dos cuerpos calcinados y abrazados. Eran los de su hija Dafne y su esposo, el español Iván Illarramendi. Habían sido consumidos a 800 grados centígrados.
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El bombero, como tratando de expiar alguna culpa que lo atormenta, repite una y otra vez sin que nadie le pregunte: “No pudimos hacer nada. Teníamos carros de bomberos y no pudimos utilizarlos, porque el primero de mis hombres que salió de su casa fue eliminado. Ese día perdimos a seis bomberos”.
Dani nos habla desde un enorme campo abierto donde se ven dos filas infinitas de carros hechos chatarra. Los vehículos en los que trataron de huir cientos de jóvenes que estaban en el festival de música Nova, a escasos dos kilómetros de distancia de la Franja de Gaza. En medio del desconcierto, todos tratando de huir a las balas y a la muerte, se armó un trancón imposible de desenredar. Aquí donde estamos parados los terroristas llegaron y mataron uno a uno a 367 de los asistentes al concierto.
La mañana del 7
El sorpresivo asalto fue un sábado. Hoy hace exactamente seis meses. Era el último día de las fiestas de Sukkot, dicen que es el momento de mayor alegría del año para los judíos. Pero esta vez, este 7 de octubre, fue todo lo contrario. A las 6 de la mañana empezaron a llover cientos de cohetes del cielo y decenas de piquetes de milicianos de Hamás saltaron desde diferentes puntos de la franja de Gaza, se colaron en territorio israelí, y atacaron de manera simultánea casas, kibutz y pequeñas ciudades.
En tan solo mediodía los terroristas mataron a 1.200 personas en Israel. Uno por uno. La mayoría, a punta de disparos. No solo los mataron: violaron a mujeres, asesinaron a padres delante de sus hijos pequeños y a varios les prendieron fuego hasta dejar sus cuerpos en cenizas.
El asalto tuvo una particularidad macabra, que tal vez no había tenido ningún otro ataque en la historia de la humanidad, y es que quedó registrado en miles de videos de cámaras de seguridad, de celulares de las víctimas y también de sus familias que recibían los mensajes angustiados de quienes estaban siendo en ese momento blanco de golpes o de balas; también estaban encendidas las cámaras que los terroristas tenían en las motos o en sus chalecos.
Toma 1. En un kibutz se ve cómo un joven papá sale corriendo en calzoncillos de su habitación donde estaba durmiendo y cruza el patio para entrar en el “refugio” antibombas. Detrás de él corren sus dos hijos de unos 10 o 12 años. Los terroristas de Hamás los ven cruzar y antes de que el papá pueda cerrar la puerta le lanzan una granada adentro. Los niños salen malheridos, llorando. El papá no sale. En el kibutz fueron asesinadas 17 personas.
Toma 2. En una calle cualquiera de la ciudad de Sderot se ven carros atravesados y chocados en la vía, una niña llora dentro de una camioneta. Hay tres adultos muertos a tiros a su lado. Cuando ya todo pasó, un policía israelí le ofrece ayudarla a bajar, pero ella le dice que no porque no puede dejar a su hermanita sola. En Sderot fueron asesinadas 51 personas.
Toma 3. Hombres de Hamás se ubican en una autopista. Desde una cámara ubicada dentro de un vehículo de un israelí se ve que desde lejos le empiezan a disparar. El carro no se detiene y pasa dos retenes armados. Uno detrás del otro. Las balas rompen el parabrisas. La cámara sigue grabando hasta cuando el auto, seguramente con su conductor ya sin vida adentro, se choca contra otros que estaban igualmente estrellados, con conductores que habían corrido la misma suerte.
Toma 4. En la entrada del Kibutz Be’eri, que es cómo entrar a una urbanización campestre y uno de los ejemplos de socialismo más exitosos del mundo, un joven espera que la puerta termine de abrir para poder entrar, simplemente se le acerca caminando uno de Hamás, le apunta en la sien y le dispara.
Toma 5. Se ve a uno de los jóvenes milicianos gritar por teléfono, embriagado de dicha: “Maté a 10 con mis propia manos. ¡Papá, cuéntale a mamá, siéntete orgulloso de tu hijo!”.
Toma 6. Otro más de Hamás acaba de matar a un judío y grita emocionado como quien celebra un gol en la final de un campeonato: “El primer hombre que maté”. Y coge una pala que ve al lado y empieza a pegarle en la nuca muchas veces para intentar decapitarlo.
Toma 7. Otro hombre coge un cuchillo y comienza a cortar el cuello de un israelí recién asesinado.
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Al lado de los cadáveres, llenos de sangre, gritan: “¡Alá es grande!”. Y se les ve en una especie de ritual macabro, embriagados de sangre, haciéndose videos y selfies, levantando los brazos en tono de triunfo, sonriendo y gritando “Alá es grande”.
En total, en un documental preparado con las imágenes que hacían víctimas y victimarios se ven en video los asesinatos de 139 personas, el 10% de todos los que murieron esa mañana de sábado.
Por momentos ese ataque —los movimientos, la violencia—, parece seguir la lógica de Fornite, o de TGA, esos videojuegos tan populares entre los muchachos, en los que se ven armas por todos lados y la tarea consiste en matar gente sin remordimiento alguno. En este caso, de la vida real, es un documental de 45 minutos de bala, de cadáveres, y de violencia que se ve como si fuera un eterno minuto de respiración contenida.
La estrategia
Para hacernos una idea, la superficie de Israel es apenas una tercera parte de Antioquia. Y la Franja de Gaza, que queda en su esquina sur occidental, es un poco más pequeña que Medellín (345 vs 382 kilómetros cuadrados). Tan estrecha que solo mide 10 kilómetros de lado a lado: una franja entre el Mar Mediterráneo e Israel.
Entre Israel y la Franja de Gaza hay 51 kilómetros de frontera y solo seis puntos por los que se puede cruzar de un territorio al otro, lo demás está protegido por mallas de alambre y muros de hormigón. Esa mañana, desde Gaza, Hamás disparó una primera tanda de 5.000 misiles. Mientras los cohetes distraían a los israelíes, los milicianos aprovechaban para franquear la muralla: algunos saltaron en parapentes, otros abrieron un boquete en la malla lo suficientemente grande para poder invadir en moto, unos más hicieron explotar el muro de hormigón y hubo quienes utilizaron retroexcavadora para tumbar el cerco de alambres de púas y poder pasar en camionetas.
La mayoría de los misiles se estrellaron contra la Cúpula de Hierro, que no es otra cosa que un sistema de interceptación de misiles que creó Israel desde cuando se volvió cotidiano el bombardeo desde Hamás a su territorio.
Los yihadistas convirtieron en un colador la hermética frontera. Se metieron por 22 puntos. Y el lugar más lejano hasta el cual penetraron fue a 50 kilómetros de la frontera, en la ciudad de Fakim, donde mataron a 24 personas.
Sobre todo, dejaron al descubierto lo vulnerable que puede ser Israel, a pesar de todos sus avances tecnológicos y de inteligencia, en un vecindario en el que muchos no lo quieren tener.
Hágase de cuenta que...
Si cabe la comparación, es como si un grupo extremista se tomara la alcaldía en un municipio vecino de Medellín y un sábado cualquiera, muy a las 6 de la mañana, decidieran cruzar la frontera y meterse en los barrios: llegan en motos y en camionetas, con fusiles y granadas, gritando ¡Alá es Grande! Van casa por casa matando a quemarropa o secuestrando. Le prenden fuego a ciertas casas. Otro grupo, aperado con armas largas, se estaciona en la Avenida Regional y dispara a cualquier carro que se asome con el propósito de matar a sus ocupantes. Un combo más, alcanza a llegar hasta el Parque Norte, donde miles de jóvenes están acampando y amanecen bailando en un festival de música electrónica y allí se produce la más grande y terrible matazón. Y cualquiera que recorriera esa tarde la ciudad, podría encontrarse con 1.200 cadáveres tirados en las calles a lo largo y ancho de la ciudad.
Paz y amor
El viernes en la noche había comenzado el Nova, uno de aquellos festivales a los que llegan jóvenes para amanecer al ritmo de la música electrónica. Parecido al Woodstock de los años 70: solo paz y amor. Jóvenes buena onda, de aquellos que solo quieren salvar el planeta. El ritmo del chispún chispún ponía a vibrar esa enorme explanada a dos kilómetros de la Franja de Gaza. Los terroristas también llegaron hasta allí.
A las 6:30 de la mañana todavía un DJ seguía un animando a los que aún estaban despiertos cuando se detonaron las primeras explosiones. Todos miraron hacia arriba, y en el firmamento, que ya había aclarado, apenas si se veían chispas. Hay cientos de grabaciones desde ese momento. Los jóvenes empezaron a grabar con sus celulares, a mandar chats, unos se lo tomaban en broma, otros desde el principio tenían miedo y se despedían de sus familias. En 120 dispositivos celulares quedó el testimonio de cerca de cuatro horas de terror.
Quisieron huir en sus carros. Pero terminaron atrapados en un trancón gigante: como si fuera una película de terror, se les iba apareciendo la muerte carro a carro. Les disparaban, los jalaban para sacarlos del vehículo y los tiraban al suelo para rematarlos. Un miliciano les ponía el pie en la cabeza en una suerte de ritual de triunfo y humillación.
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Los que pudieron se bajaron de los carros y empezaron a correr a campo abierto. No encontraban en donde camuflarse. Lo intentaban en donde la grama estaba alta. Otros refugiados en arbustos, se grababan en video para despedirse de sus familias entre murmullos.
Una cámara de seguridad muestra cómo varias jóvenes, de no más de 30 años, se escondieron en un refugio, una especie de depósito de basura. “Se está poniendo peor”, le escribe una por chat a su mamá. Unos minutos después, los tipos del fusil salen del refugio.
Allí, en el Festival Tribu de Nova, en una sola mañana, fueron asesinados 367 personas. Ahora solo quedan pequeños altares en memoria de cada uno de ellos. Detrás de cada fotografía hay una historia.
También cayeron 21 beduinos que viven en esta zona desértica. Misiles alcanzaron a impactar en sus casas. Uno de ellos nos cuenta que vio parapentes que disparaban desde el aire a todo el que se moviera. Él mismo salió con un carro con espacio para 14 pasajeros, llegó hasta el sitio del festival, recogió a 30 y todos se salvaron. Además, abrió el camino para que otros vehículos lograran escapar del trancón mortal.
Mientras recorremos los altares que hacen honor a los jóvenes asesinados, no dejan de sonar fuertes explosiones. Desde ese 7 de octubre no han parado: desde la Franja de Gaza disparan y desde Israel también. Un israelí capta la inquietud en el aire y explica: “it’s ok. It’s ours”. No explica si es un misil que dispara Israel o es una interceptación de un misil que lanza Hamas. Para ellos es pan de cada día.
Los secuestrados
La recolección de los cadáveres fue un trabajo de varios días. Luego de recogerlos, muchas familias echaron a algunos y rápidamente se dieron cuenta de que los habían secuestrado. Hay videos en los que se ve cómo los montaron en el volco de camionetas Toyota, y otros en los que se ve cómo hacían una especie de entrada triunfal a Gaza: llevaban a las personas como trofeos de guerra; la gente se acumula y corre detrás de la camioneta en movimiento, sacan sus celulares para grabar o tomar fotos, algunos aprovechan y les dan puños en la cabeza o en los pies, hasta donde les alcance el brazo.
Hasta el viernes contaban 134 secuestrados, entre ellos un bebé y una persona de 86 años. Pero el conteo bajó a 133: ayer encontraron el cuerpo sin vida de Elda Katzir.
Kibutz
Por una de esas paradojas de la vida, varias de las comunidades que atacó Hamás están habitadas por argentinos, uruguayos y chilenos, de familias con profundas convicciones de izquierda, que salieron de su país huyendo de las dictaduras de derecha y buscando vivir una experiencia que, como la de los kibutz, llegó a ser el modelo socialista tal vez más consolidado en occidente.
Los kibutz se crearon bajo la idea de que le das lo que puedes a la comunidad y la comunidad te da lo que tú necesitas. “Yo nací en un kibutz –dice uno de nuestros guías–, mi abuelo era el carpintero y él tenía una lista de pedidos: la cuna para el niño, la mesa para otra familia, y en ese orden las iba produciendo”. En ese entonces, los años 70, se crearon cerca de 200 kibutz, el gobierno les dio casa a cada una de las familias, cada uno además tenía una especialidad de producción, muchos de ellos hoy de alta tecnología. “Se dio la crisis en los años 80 y al final del día cambiaron por qué no funcionó, ahora cada uno tiene su salario, pero comparten como comunidad”, explica el guía.
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Los kibutz fueron evacuados, unas 200.000 personas que vivían a menos de cuatro kilómetros de la frontera con Gaza fueron enviadas a hoteles, las escuelas, los hospitales, los negocios han permanecido cerrados durante seis meses, la vida toda está casi apagada.
Solo algunos han decidido volver para no dejar morir la agricultura ni las vacas, como Alfredo, un argentino al que le mataron dos de sus cuatro hijos en la incursión y que vive al frente de la Franja de Gaza, pero a sus 80 años ya no le tiene miedo a nada. Se le veía tranquilo y sin angustias: “Una vez mi padre me preguntó que cuántos hijos iba a tener. Y yo le respondí que tres o cuatro hijos porque conocía a varias familias que tenían dos hijos y no les había quedado nada. Le dije a mi papá en ese entonces, yo necesito cuatro para tener reserva”.
Historia de la guerra
El ataque a Israel tiene rasgos parecidos al de las torres gemelas del 11 de septiembre de 2001. Lo ejecutó un grupo de yijadistas, dirigido a matar civiles, y no les importó morir con tal de acabar con el enemigo; en el caso de Nueva York se trató de atacar a los infieles, en el caso reciente, se trató de eliminar de la faz de la tierra a los judíos.
Lo que sí ha sido diferente es que mientras en el caso de Nueva York, en 2001, la narrativa que dominó en Occidente siguió siendo por mucho tiempo la de que había que acabar con Osama Bin Laden y su grupo de radicales violentos; en el caso de Israel, en menos de una semana el mundo se olvidó del sufrimiento que padecieron los judíos para empezar a criticarlos duramente –para muchos, con justa razón–, por lo que se considera ha sido una respuesta extrema y desmedida.
Israel querría, tal vez, que se entendiera su reacción como la de Estados Unidos cuando invadió a Afganistán, con el propósito de liquidar a los talibanes, después de que los yihadistas clavaron un avión en el corazón de Manhattan. Israel dice –en la misma línea– que lo que quiere es acabar con Hamás.
Sin embargo, la lectura del mundo no parece estar siendo la misma. Las imágenes de los niños palestinos gravemente heridos, los bombardeos en los hospitales, han golpeado duramente la imagen de Israel. Por mucho que Israel se defienda diciendo que es una manipulación de parte de Hamás o que son errores de cohetes lanzados por los mismos yihadistas –lo cual en algunos casos se ha probado es así– les queda difícil derrotar las imágenes y los videos que –manipulados o no– le dan la vuelta al mundo por las redes sociales en cuestión de minutos.
“Como democracia es difícil luchar contra el terror”, dice Roni Kaplan, un joven uruguayo, que cuando no hay guerra gerencia una empresa de turismo en Israel y, cuando hay, como ahora, se pone el uniforme de la reserva.
“Ningún país del mundo ha tenido que enfrentar un enemigo como el que estamos enfrentando. El modus operandi de estas organizaciones terroristas es diferente a lo que conocemos: ellos se esconden en mezquitas y hospitales para poner como escudo su propia gente. Mientras los líderes viven cómodamente en túneles”.
Las dos realidades en la guerra son diametralmente opuestas: mientras Israel construyó la Cúpula de Hierro para defender a su gente de los miles de misiles que les han lanzado; Hamas utiliza a los palestinos, en los hospitales y en las mezquitas, como escudo para proteger a sus milicianos.
Luego de hablar durante cuatro días con decenas de judíos, representantes del Estado, víctimas, reservistas, todos parecen estar convencidos de que no se van a detener. Para ellos está claro que están luchando no una guerra más, dicen que están defendiendo la existencia misma de Israel. Muchos de ellos parecen entenderlo como un segundo Holocausto.
Hamas o Israel
Y tienen por qué creerlo así. Hamas nació prácticamente para acabar con Israel. Primero fueron un grupo alentado por los llamados Hermanos Musulmanes que desde 1983, hace 40 años, les dieron permiso a sus cuadros en Cisjordania y Gaza para atacar a Israel.
Los Hermanos Musulmanes están convencidos de que el Islam no es simplemente una religión, sino una forma de vida. Y están dispuestos a convencer al mundo entero, a las buenas o a las malas. Quieren convertir el Corán en el fundamento de las familias, las comunidades y los Estados. Quienes no lo crean así son infieles y deben ser eliminados.
Por eso, cuando en 1993 se firmó la paz en Oslo, acuerdo en el cual Israel se comprometió a reconocer la autonomía de los palestinos, y los palestinos —representados por Yasser Arafat—, se comprometieron a reconocer el derecho a existir del estado de Israel, Hamás consideró que era “una pérdida de tiempo” y desde entonces le lanza cohetes y bombas a Israel.
Tras la muerte de Arafat en 2004, Israel se salió de la Franja de Gaza en 2005 para que los palestinos gobernaran. En 2007, Hamas le ganó a Al Fatah, ya sin Arafat, el pulso de poder en Gaza, mientras Fatah se quedó con Cisjordania.
La diferencia es radical: mientras Al Fatah cree en que la solución es la existencia de los dos estados, el israelí y el palestino, Hamas considera que Israel debe desaparecer. Por eso, desde que Hamas gobierna la franja de Gaza –considerado grupo terrorista por la Unión Europea, el Reino Unido y Estados Unidos–, Israel decidió aislarse con barreras y muros.
En Gaza, bajo el gobierno de Hamás, la vida es cada día más desastrosa. Más del 80%, de sus más de 2 millones de habitantes viven en situación de pobreza y 63 de cada 100 padecían antes de los ataques “inseguridad alimentaria”. Una verdadera olla a presión. Y como si fuera poco, más de la mitad de los habitantes de Gaza son jóvenes menores de 19 años, que por las condiciones en que viven terminan siendo presa fácil para ser utilizados en ataques como los del 7 de octubre.
Las ayudas que el mundo envía a la Franja de Gaza, dicen reportes periodísticos, son usadas por Hamás para construir túneles desde los cuales opera este grupo. Los israelíes aseguran que en 2006 no había un solo túnel en Gaza y que en 2014 ya Hamás había construido 35. Los túneles son una ventaja estratégica militar para los yihadistas que Israel no ha logrado descifrar.
Un miembro del Buró Político de Hamás, Mousa Abu Marzouk, explicó en declaraciones a la televisión que los túneles los construyeron para proteger a los combatientes de los ataques aéreos. Y que, dado que el 75% de los residentes en la Franja de Gaza son refugiados, es responsabilidad de Naciones Unidas proteger a los civiles.
Vecindario difícil
La sorpresa para los israelíes es que fue Hamás, desde Gaza en el sur, y no Hezbolá, desde el Líbano en el norte, quienes los atacaron. Hamás, para los israelíes, está lejos de tener la tecnología de Hezbolá.
Sin embargo, fuentes de inteligencia sostienen que Israel está siendo atacada desde seis frentes: además de Hamás, desde Gaza; y Hezbolá, desde el Líbano; también están los Hutis, desde Yemen; fuerzas sirias; milicias iraquíes; y otros grupos desde Somalia. Todos ellos, dicen, “agentes del régimen iraní. Irán los coordina, los financia, los entrena, y les provee armas”. Según sus pesquisas, Irán invierte 1 billón de dólares al año, en todos ellos, y la mayor tajada, unos 700 millones de dólares se la dan a Hezbolá.
En efecto, según informó The Wall Street Journal, los Huties le dispararon cinco misiles de crucero an Israel así como 30 drones. Cuatro de los misiles los neutralizó el destructor gringo Carney sobre el mar rojo y el quinto los sistemas antiaéreos de Arabia Saudita. También están convencidos que Qatar apoya a los Hermanos Musulmanes en Turquía y Egipto y les manejan las efectivas redes sociales.
“No quiero sonar dramático pero Israel está ahora defendiendo a Occidente, al mundo democrático, frente a este movimiento radical islamista que quiere no solamente destruir al estado de Israel sino también seguir después contra todos los infieles. Hoy es Israel. Mañana es Europa. Y así sucesivamente”, dice un diplomático israelí.
Por eso, interpretan, esta guerra contra Hamás es clave. “Todos en la región están mirando si Israel logra vencer a Hamás. Si Israel lo derrota, van a pensar dos veces antes de volver a atacar”.
El presidente de Israel, Isaac Herzog, en una charla con periodistas, le advierte a América Latina: “Estamos enfrentando un imperio del mal, que empieza en Teherán, el cual busca básicamente tomar el control del medio oriente en su totalidad. Teherán, como imperio trabaja sin descanso para desestabilizar los países, en Latinoamérica, tiene bases fuertes”.
El significado de fondo
Si bien para cualquier país un ataque como el del 7 de octubre lo sacude desde lo más profundo, en el caso de Israel, además de eso significó un golpe certero a su razón de ser y existir.
El director del Museo del Holocausto en Israel, Dani Dayan, lo explica de la siguiente manera: “Para nosotros no tener un Estado no es lo mismo que para cualquier otro pueblo” y cuenta la historia del barco San Luis que el 13 de mayo de 1939 zarpó de Hamburgo (Alemania) con 930 judíos a bordo con destino a Cuba para escapar del exterminio que se venía. Ningún país los recibió, ni Cuba, ni Estados Unidos, ni Canadá. Les tocó devolverse para Europa, y allí se repartieron en varios países. De los pasajeros rechazados, 254 fueron asesinados en el Holocausto. Por eso, dice Dayan, necesitan una tierra para que no les vuelvan a negar la entrada.
Y con ese mismo espíritu, decenas de miles de israelíes atendieron el llamado para defender a su país luego de los ataques del 7 de octubre. En el norte de Israel, al lado del río Jordán donde San Juan bautizó a Jesús, nos encontramos con tres reservistas de mediana edad, entre bonachones y fuertemente armados: los tres habían dejado sus quehaceres para ponerse el uniforme del Ejército, el uno dejó botado un restaurante que estaba montando en Alemania, el otro estaba entrenando a un equipo de Rugby y el tercero era vigilante en el pueblo.
En la calle se ven jóvenes de todo tipo cargando fusiles. Para ellos pareciera ser un elemento de trabajo. Y no hay distinción alguna: en enero, el hijo del ministro Israelí, Gadi Einsenkot fue asesinado en el norte de Gaza mientras servía al Ejército, tenía 25 años.
Sin duda, el asalto del grupo Hamas contra Israel del 7 de octubre ha desatado una guerra de la cual aún no se sabe cómo va a salir de maltrecho oriente medio y el planeta entero.
*Este reportaje fue hecho gracias a una invitación de la Confederación de Comunidades Judías de Colombia y del Gobierno de Israel.