En plena calle Boyacá entre las carreras Bolívar y Carabobo tres hombres lo vigilan todo sin ser vistos. Tal y como lo han hecho desde “siempre” no se les escapa ningún detalle de lo que acontece sobre el sórdido bulevar donde carretilleros, vendedores ambulantes, almacenistas y prostitutas se rebuscan los pesos en duras jornadas.
Según está el día, está el “genio” de los hombres. En los días nubosos, la falta de luz sobre ellos hace que parezcan tristes y adustos, otras veces –cuando el sol brilla más– sus ojos lucen felinos y pareciera que se posaran con interés en el Palacio de la Cultura y la Plaza Botero. Pero la mayoría de las veces parecen resignados al abandono que padecen desde hace décadas y tal vez pensativos sobre las gloriosas épocas pasadas cuando los dejaron colgados como las supersticiosas gárgolas de uno de los casi centenarios edificios de la ciudad.
Para quien no lo sepa, estamos hablando de las tres cabezas ubicadas en la cúspide del edificio Víctor (también conocido como “El 3 cabezas”) en el que hoy funciona el Pasaje Comercial Corona.
Son pocos los transeúntes que reparan en las tres figuras y muchos menos los que conocen el origen de su historia, perdida en el tiempo hace mucho y solo resguardada por especialistas en el tema.
Entrar a este edificio, construido entre 1925 y 1928 (la fecha exacta se desconoce) es como adentrarse en una película de aventuras, pues para acceder a sus estrechos pasillos hay que cruzar una especie de puerta falsa instalada en plena calle y a vista de todos.
Una de las primeras impresiones que causa su interior es el silencio, pese a que está ubicado en uno de los sectores más bullosos de la ciudad donde vendedores de aguacates “riñen” con voceadores de restaurantes y otros artilugios. La ausencia de ruido da cuenta de la robustez de la estructura levantada con gruesos ladrillos hace ya tantos años.
Las escalas de granito rojo y el pasamanos en hierro forjado todavía dan cierto aire de solemnidad pese a su maltrecho estado actual. En el segundo piso aún se vislumbra la baldosa original amarilla y verde y al fondo, viejos ventanales ocultan lo que queda de una puerta de caja fuerte de la marca Mosler Safer Co. No deja de ser curioso que elementos tan frágiles sean los que resguarden la pesada cerradura.
Más al fondo hay una especie de patio al parecer embaldosado con azulejos disparejos en un extraño patrón que no parece tener lógica. Sin embargo, cuando uno se aleja puede ver que el mosaico está geométricamente coordinado, nada fue dejado al azar.
En la tercera planta, resguardados por una sólida reja de hierro forjado en curiosas figuras hay varios costales pesados diseminados en el piso. Es al parecer en una especie de prueba de resistencia para determinar su capacidad de carga.
Acá se puede ver el reto ingenieril que fue la edificación toda vez que salvo seis puntales de madera que aún sigue incorrupta y las columnas del centro, los pisos no tienen nada más que lo sostenga. La apertura del espacio es hoy aprovechada por las palomas de la zona para aprender a volar sin problemas.
En el cuarto piso, ya se ven los pasos del tiempo sobre la estructura en forma de alargadas grietas. Además, en el quinto aparece una nueva reja esta vez indicando que en este piso de amplios ventanales se ubicaba una academia de taekwondo y hapkido aunque se desconoce en que fecha operó. Al cruzar la estancia se ven unos misteriosos dibujos humanos, ocultos con pintura negra sin mucho éxito. Al fondo está la escalera al quinto piso donde está una terraza que ofrece una espectacular vista de la ciudad. Todo un deleite visual para los amantes de las panorámicas.
Para hablar del edificio Víctor hay que hablar de la familia de Bedout y su patriarca. De acuerdo con el texto La industria musical en Medellín 1940-1960 –de Juan David Arias Calle– en 1889 el señor Félix de Bedout Moreno, nacido en 1868 e hijo del ingeniero francés Pablo de Bedout de Vassal, fundó en Medellín la Tipografía Bedout (o también conocida como Tipografía Comercio) con la que tuvo gran éxito. Gracias a sus hijos, sobre todo Jorge León y Pedro Pablo, el negocio familiar se fue expandiendo a papelerías, editoriales, droguerías y almacenes de artículos importados.
A finales de 1916, los Bedout adquieren un edificio de tres plantas por $13.300 pesos de la época que quedaba sobre la carrera Carabobo entre las calles Colombia y Boyacá. El edificio, nombrado Bedout, tenía una particular forma de L lo que permitía un acceso por Boyacá. Para 1917 Félix de Bedout estableció allí la farmacia que llevaba su apellido. Además, de que en la nueva edificación también atendía sus negocios de tipografía, papelería así como el almacén de variedades y la venta de artilugios sonoros de la famosa marca estadounidense Victor Talking Machine Co, toda vez que los Bedout eran sus distribuidores en Antioquia. Este edificio fue uno de los sobrevivientes al gran incendio que azotó a Medellín en octubre de 1921 y que derribó varias edificaciones de épocas pasadas.
A raíz de su éxito comercial, los Bedout buscaron construir un nuevo edificio que marcaría todo un hito arquitectónico en la naciente villa. Para ello confiaron en el ingenio del arquitecto Horacio Marino Rodríguez y sus hijos, Horacio y Nel que habían estudiado en Estados Unidos y Francia.
Los Rodríguez ya habían participado en la remodelación del Paraninfo y de la Plazuela de San Ignacio, diseñaron el Teatro Circo España, el edificio de Bellas Artes, el Palacio Egipcio, el Castillo del Poblado y el Palacio Municipal.
–De acuerdo con el texto Medellín. Destrucción y abandono de su Patrimonio Histórico: Edificio Víctor, de Víctor Bustamante– Los Rodríguez se pusieron manos a la obra en la entrada de Boyacá del edificio Bedout. En 1928 se inauguró el nuevo “rascacielos” de seis plantas. Según Bustamante, cada piso fue diseñado como un solo salón, con el mínimo de columnas, con servicios sanitarios y de ascensor. La construcción es a prueba de fuego y está dotada de una buena instalación de hidrantes. Los pisos están calculados para resistir 600 kilos por metro cuadrado.
El edificio fue coronado por las tres famosas cabezas, fabricadas en cemento por el escultor Bernardo Vieco. En las leyendas urbanas se dice que las tres son rostros de los de Bedout representando la estirpe familiar, mientras que otros señalan que son un triple autorretrato del escultor.
Para 1929, la compañía disquera Radio Corporation of America RCA compró la Victor Talkin Machine Company en Estados Unidos, lo que convirtió a la compañía en RCA Victor. El hecho tuvo su coletazo en Medellín haciendo que –desde 1935 según Bustamante– los de Bedout se convirtieran también en agentes de la discográfica.
Por ello, al segundo piso del edificio llegó la RCA Víctor. Allí, en el balcón izquierdo, podía verse al emblemático perrito Fox Terrier, Nipper (ojo, no se llama Víctor) escuchando el gramófono. Al edificio Víctor llegaban artistas nacionales y extranjeros que aprovechaban para promocionar sus carreras en Medellín. Era como si Spotify hubiese abierto una oficina acá en la ciudad. El hecho, a la postre terminaría dando el nombre al edificio y tal vez comenzó a gestar parte de la historia musical del país.
Esos fueron los tiempos de gracia y gloria del emblemático edificio cuyas vitrinas transportaban a los habitantes de Medellín al primer mundo, pues los Bedout importaban las modernas maravillas que el comercio podía ofrecer pues aparte de meter sus manos en las grandes industrias de la ciudad, entre 1930 y 1950 los de Bedout se constituyeron en representantes o distribuidores exclusivos de las principales marcas de perfumería y droguería, así como de las máquinas de escribir Remington, Wunderwood y Monroe a las que tanto les debe el periodismo local. También incursionaron en la venta de electrodomésticos y muebles de hogar.
Según Arias Calle, aunque en 1948 falleció el patriarca, el lustre de los Bedout se extendió hasta la década de 1960 cuando la situación económica del país hizo insostenible su emporio. Y con él empezó la decadencia del edificio a la que también contribuyó el deterioro del centro desde la década de 1970.
Posteriormente, en el primer piso funcionó la Oficina de Recaudo de Impuestos y finalmente el edificio quedó en manos de la familia de un finado comerciante chancero de Medellín que lo subutiliza hasta hoy a raíz del riesgo actual que pende sobre la estructura que lleva tanto tiempo sin intervenir.
Con la recientemente demolición de la litografía de Bedout en Prado Centro y la destrucción del Edificio Bedout en octubre de 1982, el Víctor es la única muestra del poderío de esta familia en la ciudad. Desde al menos 2017 el Edificio Víctor, exhibe una lánguida placa que lo identifica como Bien de Interés Cultural de la ciudad, y sin embargo esta no ha servido para que inicien las obras para salvarlo.
Si bien antes de pandemia hubo interés por parte de sus nuevos propietarios de recuperarlo, el alto valor de la tarea los ha hecho desistir por ahora. Que bueno sería que el Distrito cumpliera con la declaratoria y se buscaran recursos para poder salvar esta joya. De hecho, si se se le vuelve a dar vida es posible que el centro gane un nuevo gran espacio. Por ejemplo, su sola terraza podría convertirse en otro vigoroso atractivo turístico de la ciudad que mejoraría la actual dinámica del centro tal y como está ocurriendo actualmente con la vecina Plaza de Botero.
Ojalá esto ocurra más pronto que tarde a ver si así le quitamos la triste expresión a las tres cabezas que siguen “pensando” como salir de su desesperada situación antes de que El Víctor se les caiga encima.