A veces los amigos hacen preguntas difíciles: “Voy para Medellín, ¿qué hay para hacer?”, es una de esas. Para el local, que suele mirar con desdén el gusto del turista, todo parece obvio y predecible. De allí que la respuesta sea casi siempre tímida, como para no ir a generar muchas expectativas: Guatapé, la comuna 13, las gordas de Botero, el Metro y sus variantes el Tranvía y el Metrocable, Provenza, algún restaurante de autor, un mirador o algún lugar de peregrinación de Pablo Escobar. Por eso es que cuando aparece un plan nuevo, que además no incluye un ruido insoportable, venerar a un narco o explotar mujeres es noticia.
En agosto, el Bureau, la entidad del Distrito encargada de promocionar a Medellín y Antioquia en el mercado nacional e internacional, escogió a tres iniciativas turísticas como las ganadoras del Salón de producto turístico, un concurso que busca reconocer propuestas innovadoras, atractivas, rentables y que agregan valor a la oferta turística de la ciudad. Es decir, que hagan que la pregunta de arranque de este texto sea más fácil de responder.
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Una de las iniciativas ganadora se llama Un viaje al pasado por El Prado y de esa voy a hablar: la propuesta la creó EC Tours, una empresa de turismo que nació apenas en 2022 como una línea de negocios de la empresa EC Transporte, que lleva años prestando servicios de transporte privados. Sus oficinas, una casa a borde de calle en Guayabal son sofisticadas, como de un buffete de abogados. Los empleados todos están uniformados y hablan en inglés con acento, pero fluido, hay un protocolo de ingreso como para entrar al capitolio: tipo de sangre, contacto de emergencia, ARL. Juliana Gómez, la gerente, atiende la entrevista en una oficina minimalista en el segundo piso: “Estamos hablando de un barrio patrimonial que es muy importante para la ciudad y digamos que dentro del ejercicio turístico que hemos visto, Medellín ha sido una ciudad que le ha apostado mucho al progresismo sacrificando mucha parte del patrimonio cultural histórico de la ciudad”, dice.
El recorrido, que dura poco más de cuatro horas, tiene varios frentes: uno histórico, otro cultural y otro gastronómico. Empieza en uno de los palacetes del barrio, construidos a mediados del siglo pasado cuando los ricos de la ciudad levantaron los más exóticos palacetes con amplios antejardines y frondosos guayacanes. La casa de Mónica Durán, una de las pocas que no terminó abandonada o convertida en un hogar geriátrico o de alcohólicos en rehabilitación, tiene dos plantas, fachada color mostaza y balcones marcos y columnas blancas. Una rareza en toda la ciudad salvo en ese barrio exótico y olvidado que es El Prado. A veces Mónica, que colecciona arte y antigüedades, presta la casa para grabar películas, series o telenovelas. A esa casa los turistas llegan en uno de los carros comunes y corrientes de la empresa. A la salida los espera un conductor de pantalones anchos, camisa blanca y boina en un carro antiguo. Desde ahí, hacen un recorrido como de Safari por las calles de El Prado: a la derecha el palacio egipcio, a la izquierda la casa del alcalde, al lado la del obispo, allí diagonal la del Águila Descalza y así.
La segunda parada es en la Casa Tres Patios, donde trabaja una fundación del mismo nombre dedicada al trabajo social a través del arte. Allí hay exposiciones de piezas elaboradas, entre otros, por personas privadas de la libertad. Dice Gómez que una parte de los $350.000 que vale el tour se destina a donaciones para la fundación.
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Luego paran en Casa Providencia, de dos pisos y fachada blanca que es por dentro un museo de arte con baldosas coloridas, techos altos y ventanas amplias con antigüedades por todos lados. Casi un filtro de Instagram en un mundo donde no hay negocio más rentable y apetecido que el de las fotos. En Casa Providencia es la parada gastronómica. En la cocina una mujer de acento irrefutable enseña a hacer arepas a mano. Amasando historias se llama esta parte del tour. El propósito es noble: “que los turistas vuelvan a sus países y les muestren a sus mamás cómo se hacen las arepas”. Además tomaron todas las precauciones del mundo moderno: el plato es una hoja de bijao, sin plásticos de un solo uso, conservantes ni testeo en animales. Todo friendly, todo good. La parada final es en La Pascasia que se ha convertido, y con justa causa, el centro cultural de modo en el centro. Dice Gómez que se toman una bebida espirituosa, por decir aguardiente.
Ahí termina el recorrido de 10 puntos que solo tiene un problema: todavía no hay quien lo pague. Dice la gerente de EC Tours que con este proyecto no pretenden generar utilidades, tan solo que no de pérdidas, y que por eso le pusieron un precio de $350.000 que, para siete personas, alcanza apenas a cubrir los costos. $350.000 es lo que vale en promedio, uno de esos viajes de 10 minutos en helicóptero por los barrios periféricos que se pusieron de moda.
Por eso, más allá del piloto que hicieron para presentarle el proyecto al Bureau, y de una muestra que hicieron con Medellín Travel, un programa de la Alcaldía, no han podido vender el tour en estos primeros dos meses. De allí que desde la empresa pidan que se le haga más difusión al plan pero que desde la Alcaldía los apoyen con algún estímulo o incentivo, no para los turistas extranjeros que eventualmente se lo encontrarán en Tiktok y pagarán los $100 dólares y hasta dejarán propina, sino para los locales, especialmente los niños niñas y jóvenes que crecen en una ciudad con un solo barrio patrimonial.
También fueron seleccionadas en esta novena edición del Salón de Producto Turístico Medellín Tour Manifiesto de Colombia Travel Operator, un recorrido con enfoque en las artes plásticas y visuales y en las industrias culturales y creativas, en el cual, artistas emergentes del barrio La Castellana abren sus puertas al turista final, para promover su trabajo y la experiencia trascienda al detrás de la obra y el artista mismo; y A Paso Punk – Comuna 5 de Destino Antioquia, un recorrido por el barrio Castilla, donde la historia del punk y el rock de los años 80 y 90 se toma el protagonismo a través de las calles que fueron testigos de un movimiento contracultural que desafió la norma y que hoy generan el diálogo intergeneracional que celebra la memoria, honrando el legado de quienes lucharon por la paz y la justicia social a través del punk y el rock.