En 2020, cuando la ciudad se encerró por cuenta de la pandemia, Damary Ospina tuvo una de las pruebas más difíciles de su vida. Sin tener forma de haberlo previsto, su hijo menor, entonces de 20 años, sufrió una descompensación y tuvo que ser internado en el Hospital Mental de Antioquia, ubicado en Bello.
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Aunque pasados cuatro años Ospina ya no teme hablar de salud mental y terminó transformando su historia en el motor para ayudar a muchas otras familias que están pasando por lo mismo, advierte que cuando un equipo de especialistas la informó de que su hijo había sido diagnosticado con esquizofrenia el mundo se le vino abajo.
“Mi hijo empezó con algunos comportamientos atípicos. Empezó a no dormir, hablar incoherencias, ideas extrañas, después se fue tornando agresivo, grosero, cuando él no era así”, recuerda, agradeciéndole ahora al destino que esos cambios ocurrieron cuando por el confinamiento lo acompañaba todo el día.
Tras acudir primero a un médico general, que luego los remitió a un especialista, Ospina cuenta que durante aquella consulta un psiquiatra le señaló que el comportamiento de su hijo se explicaba por un estado psicótico, una palabra que ella nunca había escuchado y que no sabía que significaba.
Atendiendo la recomendación de los especialistas y esforzándose por entender, Ospina accedió a que internaran a su hijo. “Ahí nos cambió la vida, porque él salió y nunca volvió a ser el mismo”, apunta.
En una ciudad en donde hablar de enfermedad mental todavía es un tabú, Damary cuenta que como muchas otras familias el impacto inicial del diagnóstico fue devastador, pero gracias a dar con profesionales y redes de apoyo no sólo comenzó a entender en qué consistía la esquizofrenia, sino que dio con grupos como la Asociación Antioqueña de Amigos, Familias y Personas con Esquizofrenia (Asafane), en donde conoció que su historia estaba lejos de ser la única y donde se volvió voluntaria para tenderle una mano a quienes hoy están atravesando por lo mismo.
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En medio de ese proceso, Ospina cuenta que aprendió, también en medio de altibajos, que uno de los cuidados de oro para que su hijo se mantuviera estable es tomar con disciplina los medicamentos recetados, un proceso lleno de miedos, dudas y ajustes.
Aunque hasta hace poco afrontar el diagnóstico, adherirse al tratamiento y superar los engorrosos trámites y largas filas que muchas EPS demandan para acceder a los fármacos eran el principal obstáculo en ese camino, Sánchez advierte que muchas familias se están quedando desamparadas por una razón insólita: ya no hay en donde conseguir los medicamentos.
“Los medicamentos por los que más sufrimos en estos momentos son la clozapina, la risperidona, la levomepromazina, el aripiprazol y la quetiapina. Todos muy importantes”, precisa.
Desde comienzos de 2023, en una problemática que se extiende a medicamentos para la diabetes, la hipertensión, afecciones cardiacas, entre otros, el país sufre los embates del desabastecimiento de múltiples fármacos.
En la más reciente lista pública de medicamentos vitales no disponibles, consolidada por el Ministerio de Salud a comienzos de septiembre pasado, por lo menos 323 fármacos empleados por múltiples especialidades médicas y de diferentes presentaciones y concentraciones brillan por su ausencia en las estanterías.
De igual forma, en un reciente listado de abastecimiento y desabastecimiento de medicamentos, el Invima advirtió que el país estaba desabastecido o en riesgo de desabastecerse de por lo menos cinco psicofármacos con corte a septiembre: Clobazam, Fenitoína, Fenitoína, Clozapina y Midazolam.
Sin embargo, este mes el Hospital Mental de Antioquia, el más grande e importante de su tipo en el departamento, alzó su voz de alerta y señaló tener una lista de por lo menos 13 medicamentos ya agotados o en riesgo de agotarse.
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“Estamos atravesando un desabastecimiento de medicamentos a nivel nacional, situación que escapa a nuestro control como institución debido a las repercusiones que puede tener en la salud mental de nuestros pacientes”, expresó la institución en un comunicado, sosteniendo que la falta de suministro desde varias farmacéuticas era uno de los factores que explicaban la crisis.
En la lista publicada por la entidad aparecían medicamentos como Duloxetina, Paroxetina, Trazodona, Pregabalina (25 y 150 miligramos), Risperidona, Venlafaxina, Olanzapina, Divalproato, Clobazam, Lamotrigina y Quetiapina.
Cómo en un hospital de guerra, muchos psiquiatras que trabajan en las salas de urgencias señalan que la escasez los ha obligado a tomar medidas desesperadas.
Así lo advierte por ejemplo la psiquiatra María Carmenza Escamilla, docente de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia, quien señala que en años recientes ha conocido como colegas han tenido que suministrar medicamentos como tramadol a pacientes que llegan con síndromes de abstinencia severos por otras sustancias, por cuenta de la escasez de metadona, clave en estos casos.
En escenarios más cotidianos, la profesora señala que otro medicamento que está en niveles críticos en la ciudad es el metilfenidato —más conocido por su nombre comercial Ritalina—, y que es clave para el tratamiento de pacientes con trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH). “Están ocurriendo dos situaciones que finalmente llevan a lo mismo. Por un lado, el desabastecimiento, como un tema de falta del medicamento, y el otro es dificultades administrativas, es decir, problemas entre entidades, farmacias, pagos de EPS a sus proveedores, en los que el paciente se termina quedando sin medicamentos”, señala la docente.
Regresando a los pacientes con TDAH, Escamilla ilustra que no contar con el medicamento, que acarrea una suspensión en el tratamiento, trae una carga de disfuncionalidad. “Por ejemplo, un chico en el colegio o en la universidad ve interrumpido su tratamiento y ve afectado su rendimiento escolar y sufre problemas para cumplir con las exigencias del día a día y relacionarse con familia y amigos”, explica.
Desde su labor diaria, que además de la docencia incluye su trabajo en urgencias, Escamilla coincide en que muchos de los medicamentos que escasean tienen problemas en canales institucionales, pero se consiguen en farmacias. “En temas de antidepresivos y antipsicóticos tengo la percepción de que es más un tema administrativo”, dice, añadiendo que en los hospitales, otro medicamento también clave para el tratamiento de pacientes con descompensaciones asociadas a adicciones es el tapentadol, que al igual que la metadona no se volvió a ver.
Ramón Emilio Acevedo Cardona, exconcejal de Medellín, psiquiatra y quien este mes asumió como gerente del Hospital Mental de Antioquia, anota que en la práctica médica diaria la falta de medicamentos se traduce en un incremento en la presión sobre el servicio de urgencias y de hospitalizaciones. Por lógica, los pacientes que ven suspendidos sus tratamientos por falta de medicamentos, se descompensan y tienen que ser internados.
Un indicador que habla de ese incremento es la presión de los servicios del hospital, que en un horizonte de tiempo que coincide con la falta de existencias de muchos medicamentos, muestra cómo el número de atenciones viene creciendo de forma sostenida desde 2021. Por ejemplo, mientras en ese año fueron 30.702 atenciones, ese consolidado pasó a 32.690 en 2022 y luego a 41.111 en 2023. Este año, con corte a agosto, ya iban 34.568 atenciones. Es decir, que mientras en 2021 tenían 2.558 al mes y 85 al día, en 2023 fueron 3.426 al mes y 114 al día. Este año, con corte a agosto, se registraron 4.321 atenciones al mes y 144 al día.
En 2023, las cifras también daban cuenta de que los pacientes que más están llegando a esa entidad vienen con cuadros asociados a trastornos como el Afectivo Bipolar, trastornos de ansiedad, esquizofrenias y depresión.
Buscando estabilizar esa situación, Acevedo señala que todos los psiquiatras de la ciudad, al igual que los del hospital, se ven forzados a implementar cambios en los tratamientos, que a veces pueden resolverse variando las dosis con una presentación de concentración diferente, pero que en muchos otros implica buscar sustancias con efectos parecidos y que muchas veces no tienen el impacto necesario.
Al ser consultado sobre salidas a largo plazo, el gerente advierte que al ser una situación que ocurre en todo el país el llamado es que entes como el Ministerio de Salud y el Invima exploren si a través de importaciones u otras políticas es posible subsanar la falta de existencias.
Escamilla, por su parte, advierte que mientras el desabastecimiento continúe, poco lograrán los psiquiatras que están trabajando con sus pacientes en perderle el miedo a utilizar psicofármacos y entender la importancia de adherirse al tratamiento.
Aunque la historia puede variar dependiendo de cada medicamento, psiquiatras y expertos coinciden en que el desabastecimiento de medicamentos se agudizó después de la pandemia, cuando muchas farmacéuticas empezaron a tener problemas de producción asociados a la escasez de materias primas.
La cadena de suministros de muchos medicamentos también se ha visto afectada por la convulsionada situación geopolítica de Europa desde febrero de 2022.
No obstante, el descalabro en el sistema de salud, que se ha agravado recientemente por múltiples frentes y especialmente en departamentos como Antioquia, también le ha sumado presión al lío.
Desde comienzos de 2023, la escasez de medicamentos ha desatado también una confrontación política por cuenta del debate que ha suscitado la intención de reformar el sistema, ya que mientras voces afines al gobierno han llegado a plantear que privados estarían amarrando medicamentos para empujar a los pacientes a comprar en las farmacias y tener mayores volúmenes, desde el sector salud se ha señalado que el volumen de medicamentos que se mueve en el canal institucional es mucho más grande que el que se mueve en las farmacias, por lo que ese sería un señalamiento falso.