Más de 10.000 kilómetros viajó la cabeza del régimen venezolano, Nicolás Maduro —sorteando los riesgos que imponen, entre otros, la recompensa que hay de la justicia estadounidense por su captura—, para llegar el martes pasado a Kazán (Rusia), en donde tuvo lugar la cumbre de los BRICS. Allí pretendía hacerse con un preciado botín por el que bien valía enfrentar cualquier peligro: ingresar a ese organismo integrado principalmente por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica (de ahí el nombre del grupo). Pero se tuvo que devolver con el rabo entre las piernas por una decisión de su otrora aliado Luiz Inácio Lula da Silva, presidente de Brasil.
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Maduro no fue invitado por el grupo, sino por su aliado al otro lado del mundo, Vladimir Putin, que es de los pocos que apoyan el régimen venezolano por la importancia geoestratégica que representa para sus intereses. Pero el presidente ruso no podía hacer mucho más, porque el ingreso a los BRICS es una decisión colectiva. Así que soltó a Maduro en la reunión a ver qué podía hacer por sí mismo para gestionar su ingreso. Sin embargo, convencer a un grupo de naciones que le compiten al G7 (los más poderosos del mundo) y que ven a Venezuela cada vez más aislada y con un gobierno de facto no era tarea fácil.
Menos aún por los pobres argumentos que presentó Maduro, que creyó que su visión y su idolatría por Hugo Chávez, con los que tiene sojuzgado a su país, podría influir en un auditorio calificado y concentrado en otro tipo de problemas. “Venezuela está en el camino de los BRICS, porque está en el camino del equilibrio del mundo desde tiempos de Bolívar, y porque tenemos el legado del comandante Hugo Chávez, que es construir un mundo pluripolar, multicéntrico. Y practicamos los principios de los BRICS por convicción”, dijo Maduro, como cuando les habla a sus cautivos seguidores en Venezuela, en el programa ‘Maduro Más’, en el que es el presentador y animador.
Esas palabras sonaron tan superficiales como las que pronunció su patrocinador Putin, que, pese a que adelanta una guerra de invasión contra Ucrania desde hace dos años, sostuvo: “Las relaciones de asociación estratégica entre nuestros países siguen fortaleciéndose. Juntos, Rusia y Venezuela, buscan establecer un nuevo orden mundial más justo basado en el Estado de derecho y la inadmisibilidad de enfoques neocoloniales [!], [de] la injerencia en los asuntos internos de los Estados, la presión política y financiera y las medidas coercitivas unilaterales”.
Brasil castiga “abuso de confianza” de Nicolás Maduro
Nada pudieron hacer estas intervenciones frente a la firme decisión del gobierno de Lula da Silva de mantener el veto contra Venezuela, que ya existía desde la administración de Jair Bolsonaro, para que el régimen de Maduro no ingrese a los BRICS. La decisión de Brasil obedeció al “abuso de confianza de Maduro” al incumplir la promesa de presentar las actas electorales de los comicios presidenciales del 28 de julio, en los que resultó electo el opositor Edmundo González Urrutia.
El asesor de Lula da Silva para asuntos internacionales, Celso Amorim, se lo dio a conocer a O Globo de esta manera: “Hasta la izquierda se equivoca. El problema de Venezuela en los BRICS no tiene nada que ver con la democracia, sino con un abuso de confianza. El abuso de confianza era algo grave. Dijimos algo, y no sucedió”. Aunque Amorim trató de mantener el cuidado de no poner en duda la ‘democracia’ venezolana, la decisión de Lula da Silva es una inobjetable actitud de rechazo a las maniobras del régimen para no mostrar las actas, que, a estas alturas, no deben estar en el centro del debate porque ya las publicó la oposición. A estas alturas la discusión es cómo y cuándo se hará la transición para que Maduro salga de Miraflores.
Ha sido tal la burla y el incumplimiento de Maduro frente a los requerimientos de Lula da Silva, lo mismo que del presidente colombiano, Gustavo Petro, para que muestre las actas, que el mandatario brasileño decidió mantener una medida contra Venezuela impuesta por su archirrival Jair Bolsonaro. Con otras palabras, Maduro se convirtió en factor de coincidencia entre dos ideas radicalmente opuestas en Brasil, el país más grande e influyente en América Latina. Es decir que logró sintonizarlos en la desconfianza que ahora ambos profesan por el dictador.
Con su decisión, Lula da Silva da muestras de ser parte de esa izquierda latinoamericana democrática, que no contemporiza con regímenes totalitarios como el de Venezuela, puesto en entredicho y en grave riesgo de existencia por el resultado de los comicios en los que resultó ganador González Urrutia. Además, Lula da Silva se ha caracterizado por respetar la democracia: perdió unas elecciones y lo aceptó; cuando perdió su candidata Dilma Rouseff, también lo aceptó; incluso, estuvo preso y aceptó esa decisión del sistema judicial brasileño. “El que gana se queda y el que pierda se va”, le había advertido a Maduro en vísperas de las elecciones.
Desde Caracas, el régimen se pronunció: “A través de una acción que contradice la naturaleza y postulados de los BRICS, la representación de la Cancillería brasileña […] decidió mantener el veto que Bolsonaro aplicó a Venezuela durante años”, lamentó en un comunicado, y se situó en el plano de las víctimas al asegurar que Brasil reproduce “el odio, la exclusión e intolerancia promovidos desde los centros de poder occidentales para impedir, por ahora, el ingreso de la patria de Bolívar a esta organización”. La actitud legítima de Lula da Silva la ve el régimen venezolano como “una acción que constituye una agresión a Venezuela y un gesto hostil que se suma a la política criminal de sanciones que han sido impuestas contra un pueblo valiente y revolucionario”.
Lejos quedaron esos días de mayo de 2023 cuando Lula recibió a Maduro, en el palacio de Plan Alto, en Brasilia, con mucha pompa, y auguró el estrechamiento de unas relaciones que se habían deteriorado severamente con el gobierno de Bolsonaro. Pero la empatía y los halagos recíprocos se empezaron a cambiar por tensiones con las elecciones en Venezuela del 28 de julio. Allí estuvo Amorim y planteó desde muy temprano el interés de Brasil por conocer las actas de los escrutinios para certificar la victoria de Maduro.
Hace un mes, Lula da Silva llegó a decir que estaba “desencantado” de Maduro y ante la pregunta de si en Venezuela hay una dictadura, el mandatario brasileño no respondió, pero sí dijo que el régimen de ese país es “autoritario”. Casi simultáneamente, y también como un factor de tensión entre los dos países, el régimen de Maduro revocó la autorización otorgada a Brasil para representar a Argentina en Venezuela y gestionar la residencia de la embajada argentina en Caracas, en donde se refugian seis colaboradores de la líder opositora María Corina Machado.
Relaciones entre Gustavo Petro y Nicolás Maduro van bien
Las relaciones entre el régimen de Maduro y el presidente Petro, en cambio, mejoran con el paso de los días. Aunque no se trata de visitas oficiales, el excanciller Álvaro Leyva Durán, muy cercano al presidente Petro, ha tenidos dos encuentros con Maduro en las últimas semanas, y Maduro ha reproducido la cantinela del mandatario colombiano de que es objeto de un “golpe de Estado blando”. Incluso, el ministro del Interior de Venezuela, Diosdado Cabello, manifestó también su apoyo al jefe de Estado colombiano.
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La postura de Lula da Silva frente a Venezuela deja en evidencia que el trípode de apoyo a Maduro en América Latina ya no es tal. México, con su nueva presidenta, Claudia Sheinbaum, tomó distancia de la situación y aseguró que se atiene al principio de no injerencia en los asuntos internos de otras naciones. Otro izquierdista, el presidente de Chile, Gabriel Boric, desde el comienzo ha mantenido una línea clara de reproche Maduro, que solo respira en la región por el apoyo de regímenes afines al suyo como los de Cuba y Nicaragua, y al otro lado del mundo por los de Rusia, China, Irán y Siria.
Colombia es de los pocos países que le siguen dando aire al régimen de Maduro, no solo por afinidad ideológica, sino por lo que representa para las negociaciones de paz que intenta llevar a cabo con el Eln y con la disidencia de las Farc ‘Segunda Marquetalia’. Pero el tiempo se acaba y todo el mundo está a la expectativa de lo que ocurra el próximo 10 de enero, cuando termina el periodo de Maduro y debe ser juramentado el presidente electo, González Urrutia. Será el terreno de las definiciones para el presidente Petro, que ya no podrá dilatar más y deberá decir a quién reconoce como presidente de Venezuela, es decir, deberá optar entre la democracia y la tiranía.