Yenny Pineda trabaja desde hace 27 años en uno de los almacenes más grandes del centro y de todo Medellín. La variedad de las cosas que vende es casi innombrable. Difícilmente hay una palabra para cada uno de los juguetes y utensilios traídos de China que se ofrecen en un local inmenso de dos pisos en el hueco, donde a la entrada un hombre con una consola de DJ pone canciones de Diomedes Díaz para toda la cuadra un viernes de sol picante al mediodía. Una mujer de unos 60 años que le muestra a sus hijas o sobrinas un paquete de tenedores plásticos plateados diminutos que no servirían ni para trinchar el resto de comida que queda en un diente resume esa cantidad de objetos en una expresión irrefutable: “sinvergüencerías”.
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Los dueños del local, como casi todos, son del Oriente antioqueño —Marinilla, San Rafael, El Santuario, Granada— donde nacen comerciantes como futbolistas en Uruguay o psicólogos en Argentina, o cantantes en Puerto Rico.
Pero después de casi 30 años de trabajar allí, Yenny no solo vende los productos que tienen por nombre un adjetivo en lugar de un sustantivo, sino que también va a comprarlos hasta China, a unas 30 horas en avión, sin hablar un ápice de Mandarín, con un inglés “machucado”, como dice ella, a las ferias más grandes del mundo. La primera vez fue hace 12 años, en el 2012, cuando montó por primera vez en avión. Desde entonces, viaja en promedio dos veces al año. “La primera vez fuimos con parada en Alemania. Yo a pesar de lo montañera me lo tomé con naturalidad”, recuerda. Hace un par de semanas iba a volver pero al final el jefe decidió bajarse del barco.
Desde el 15 de octubre y hasta el 4 de noviembre en el sur de China, ocurre la edición número 136 de la feria comercial de Cantón, que se realiza dos veces al año: en otoño, como ahora, y en primavera, entre mediados de abril y principios de mayo. “Es hacete de cuenta Plaza Mayor pero 10 veces más grande”, dice Yenny.
La feria, que recibe más de 30.000 expositores de todas partes del mundo, se realiza en un centro de eventos que tiene, según dice en internet, 1,55 millones de metros cuadrados, es decir, 155 hectáreas, lo que equivale a tres veces toda la unidad deportiva Atanasio Girardot, con el estadio, las piscinas, los coliseos y todo incluido, o a 110 veces la plaza de Villa de Leyva, que es la más grande de Colombia.
Escuchar a Yenny hablar de China es casi como leer un texto de Leila Guerriero: todo, hasta lo más simple, parece épico, majestuoso, emocionante, muy serio. Yenny tiene el prototipo de la mujer occidental, especialmente de las de esta parte baja del hemisferio: la cadera grande, el rostro como un círculo rosado, el cabello negro teñido de amarillo y una amabilidad desbordada. Su foto de perfil de Whatsapp, sin embargo, parece la de alguien más: la de una mujer con los rasgos del rostro bien definidos por gracia de un maquillaje pálido que mira de frente a la cámara, mientras abre las manos hacia arriba como si estuviera no pidiendo un milagro sino recibiéndolo. Vestida con traje rojo ancho que se arrastra por el suelo, con unas mangas bordadas que caen casi hasta la cintura y el pelo perfectamente peinado que cae en dos colas, una a cada lado, hasta el vientre. Al fondo, la réplica de un antiguo palacio chino emula un altar decorado con figuras de dragones y enchapado todo en oro.
Como ella, decenas, cientos (no sería inverosímil decir que miles) de colombianos, especialmente antioqueños, especialmente montañeros del Oriente, viajan a las principales ferias de comercio de China donde ya hasta se reconocen en los hoteles, arman partidos de fútbol, hacen asados y preparan comida colombiana.
Un ejemplo: Marcelo Betancur fue hasta 2023 el alcalde de El Retiro, Antioquia. Antes de ser político fue comerciante y soñaba con conocer China. El sueño se le cumplió en abril de este año cuando acompañó a un par de amigos que iban a hacer negocios. En el avión de Estambul a Beijing se encontró unas caras definitivamente conocidas. No porque supiera sus nombres o porque alguna vez hubiera conversado con ellos, sino porque la pinta, el cabello y la barba rubia, el motilado con el difuminado a los lados, los ojos claros, la estatura mediana, era contundente: “¿Ustedes son de El Santuario, cierto?”, les preguntó en antioqueño, confiado en que no había margen de error. “Ellos se cagaron de la risa. Nos pusimos a conversar y me dieron de un Whiskey que habían metido ahí en el avión, porque esos chinos como que son muy complicados pa’ eso del trago”, recuerda. Luego grabaron un video en el que ya Betancur, con tono más de político y menos de negociante (si es que hay alguna diferencia importante), felicitaba a los paisanos por lograr esa épica de irse al otro lado del mundo a negociar.
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Pero cuando Yenny va a China no come en MacDonald’s ni en el restaurante colombiano. De los restaurantes a los que va en la noche le gusta que los animales de mar que no conoce están exhibidos en una vitrina, todavía vivos, para que ella escoja cuál se quiere cenar. De aperitivo toma sake. Prueba de todos los tipos de ramen que le ofrecen y, cuando trae la maleta muy pesada, deja ropa y se trae bolsadas de todos los tés que encuentra. Habla del crecimiento reciente de China como si estuviera hablando de la urbanización de Sabaneta o de la gentrificación en El Poblado.
—¿Qué es lo que más le llama la atención de China?
—La tecnología. El año pasado fui por primera vez a Estados Unidos y yo les decía a mis cuñados que son de allá que nada más la diferencia en el impacto de uno entrar a un aeropuerto chino con uno de Estados Unidos es abismal. Yo tengo una ventaja y es que a mí me tocó una China que todavía se veía muy antigua pero que en estos 13 años ha evolucionado una cosa impresionante. A pueblitos que nosotros íbamos porque quedaban las fábricas de juguetes ahora son ciudades ciudades. Donde uno veía un terrenito ahora ve un edificio inmenso.
No es cuestión de percepción: entre el 2013 y el 2023 el PIB del país asiático pasó de US$9,57 billones a US$17,79 billones. Un crecimiento del 85%. A su vez, el PIB per cápita pasó de US$7.056 dólares anuales a US$12.174 en el mismo lapso. Sin embargo, el valor de las exportaciones desde Colombia se han mantenido en constante caída: en 2014, Colombia exportó a China por US$5.755 millones, mientras que el año pasado fueron solo US$2.496 millones. Las importaciones han aumentado pero a un ritmo tímido: en 2014 fueron US$11.790 millones y el año pasado fueron US$13.566 millones.
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Dice Sin Kit I, directora regional de Antioquia de la Cámara Colombo China, que el problema de los empresarios colombianos es que creen que China es una fábrica donde se produce todo y es autosuficiente y por eso no se arriesgan a verla como un mercado inmenso de exportación. “La mayoría de las exportaciones son del sector minero energético, pero no estamos aprovechando el agro. Hace poco fui a visitar a mi familia y en el mercado me encontré arándanos de Perú y de Zimbabwe. Acá los antioqueños tienen la posibilidad de explotar el cacao, el aguacate, los fríjoles, son muchos productos”, dice.
—¿Cómo es negociar con los chinos?, le pregunto a Yenny mientras estamos sentados en el segundo piso del almacén, donde entre las estanterías repletas de cosas que no se ni cómo se llaman ni para qué sirven hay unas mesas redondas con dos sillas y una calculadora de números grandes donde se cierran negocios.
—Muy fácil. Ellos no son ni de hablar. Exhiben los productos y le ponen el precio en renminbis. Uno no tiene ni que pedir rebaja porque son muy justos con los precios, uno escoge lo que le gustó y ya por medio del intermediario se negocian las referencias, se pesa el producto porque te pueden hacer el mismo de varias calidades diferentes y ya, eso es todo.
La entrada a la feria es a las 9 de la mañana y la salida es a la 5 de la tarde. Llegan en buses que los llevan desde los hoteles y luego los recogen, como si fuesen deportistas olímpicos. Aún caminando toda la jornada no hay espacio para recorrerlo todo. Para transportarse por dentro hay carros como los de los aeropuertos. La feria se divide en tres fases, una por cada semana. La primera es de productos de electrónica y electrodomésticos; la segunda, de maquinaria y equipos; la tercera es de textiles, ropa y comida. De cada una se desprenden decenas de categorías: a la que Yenny va normalmente, aunque casi siempre va a la edición de primavera, es a la segunda.
—¿Qué es lo que más le gusta de la cultura china?
—La disciplina. La gente es muy disciplinada. Impresionante.
—¿Pero a uno sí le puede gustar la disciplina, eso no es forzado casi siempre?
—Dicen que la disciplina es la base de todos los logros. Y le digo una cosa: yo no terminé ni el bachillerato porque soy de San Rafael, nos desplazaron, llegué, me embarazaron, me metí a El Hueco y mire, tengo un exnovio que estudió negocios internacionales y dice que ya quisiera tener el puesto mío. ¿Qué fue eso? Disciplina.