Un colegio con un planetario donde se puede apreciar la inmensidad del universo; otro dedicado a hacer memoria en la comuna 13, uno más que les enseña a los alumnos y a sus familias a cultivar, otro que tiene un museo para enseñar valores como la tolerancia y la acogida a los migrantes son ejemplos de modelos educativos en Medellín que tratan de generar un impacto más allá de las aulas.
El primero es el colegio La Enseñanza, que formuló su plan educativo con la astronomía como eje y montó una infraestructura dotada de un domo que permite proyecciones inmersivas acerca del espacio sideral. Paula Hoyos, la líder de innovación y conocimiento, explica que este “no solo es un planetario escolar sino que se proyecta a la ciudad como un foco cultural”.
Tampoco el colegio Eduardo Santos, del barrio San Javier, se resigna a limitar su acción solo de muros para adentro. Su compromiso es la elaboración de un relato alternativo sobre las consecuencias del conflicto armado urbano. Allí queda el Museo Escolar de la Memoria de la Comuna 13.
Una experiencia similar es la del colegio Héctor Abad Gómez, que en su sede de primaria, cuenta con el “Museo escolar: un mundo de murales, no de muros”.
Así mismo, en el noroccidente de la ciudad, el colegio Doce de Octubre se impuso la misión de reducir la falta de alimentos que padecen muchos, y de esa manera impactar, a partir de sus pequeñas huertas, el punto dos de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Las cuatro son intentos por hacer de la educación un proceso vivencial y generar transformaciones positivas en la sociedad.
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Resulta algo impreciso decir que el Museo Escolar de la Memoria de la Comuna 13 queda en tal o cual parte del colegio Eduardo Santos, porque su objetivo de hacer memoria permea varios pasajes de las instalaciones, comenzando por un hall donde se hace homenaje a las mujeres buscadoras de desaparecidos, las escalas donde hay un mural en el que está pintada parte de la historia de dolor y resistencia de estos barrios, y desemboca, ahí sí en varios espacios que conforman el museo en sí.
El rector, Manuel López, explica que este es “un ejercicio de memoria colectiva frente al sartal de mentiras que maneja el comercio”. Lo dice en clara alusión a los relatos que “fabrican” para los turistas alrededor de las escaleras eléctricas, en lo que , para él, es una forma de ignorar a las víctimas y exaltar el narcotráfico .
Por supuesto que el público natural acá son los alumnos porque la recuperación de la memoria histórica es eje transversal en el Plan Educativo, pero este espacio que abrió en 2018 está abierto también a extranjeros que no busquen morbo, grupos de estudiantes, organizaciones sociales o todo el que quiera.
Hay varios sitios especiales, pero sobre todo dos: uno es el Cubo, donde el público se tira al piso y revive a punta de sonidos y testimonios cómo se vivió la guerra urbana en 2002 desde las aulas. La profesora Paula Usme, una de las guías, cuenta que cuando se armaban las balaceras, los docentes les decían a los estudiantes: “¡Pecho a tierra, pecho a tierra!”, y esa era la orden para que tomaran una posición de protección en el suelo, con las manos en la cabeza.
El otro lugar es la sala de reparación simbólica, donde está el candado que rompieron los ‘paras’ en una toma al colegio, las balas que sonaban en las refriegas, un rincón en honor a los 28 alumnos muertos y uno desaparecido que ha tenido la institución, y un nicho que recrea La Escombrera, con varias manos ensangrentadas y el “lazo de la infamia” que usaban los ‘paras’ para llevar amarradas a sus víctimas hasta ese lugar; luego volvían con la soga enrollada, como si nada.
En el colegio La Enseñanza les dio en 2018 por renovar la infraestructura de preescolar. La pregunta que se hicieron y les formularon a sus consultores era qué los podía diferenciar de la oferta que había en el medio, y pensaron que los niños que inician apenas su ciclo de estudios tendrían que enfrentarse en el futuro a los desafíos que imponen las nuevas conquistas de la humanidad.
La astronomía les pareció el camino para enseñarles el concepto de un universo cuyos límites desconocemos, algo parecido a las fronteras de la ciencia y el conocimiento, que se corren a diario.
Se asesoraron con expertos de varios planetarios y de empresas tecnológicas para construir su propio planetario con especificaciones muy altas en materia constructiva para generar una experiencia inmersiva en los asuntos del espacio. La pantalla de presión invertida es única en Latinoamérica; el proyector y el software también poseen tecnologías de punta para generar una imagen de altísima fidelidad, de forma que permite proyectar desde presentaciones de Power Point hasta visualizaciones en 360 grados que lo hacen sentir a uno como si pudiera tocar con las manos los planetas o cualquier cosa que pasen por allí. Esta es, de hecho como un aula del futuro que además se usa para clases y shows de distintas materias.
Los resultados se han visto desde la manera como los pequeños de primero y segundo grado ya no relacionan en sus dibujos la Luna solo con la noche y el Sol con el día porque saben que los planetas están siempre ahí; hasta los más avanzados que ven en las ciencias y la astronomía una opción de vida.
La alumna de once, Mariana Alzate, es un buen ejemplo. Su plan es estudiar ingeniería y desembocar luego en ingeniería biotecnológica. Es más, lleva ya desarrollando un proyecto con el que se presentó a la universidad; consiste en modificar genéticamente cianobacterias para producir oxígeno, algo que sería útil en viajes al espacio. El planetario abrió hace poco menos de dos años y está disponible para el uso de otros colegios, así como de instituciones y grupos.
A pesar de las pocas zonas verdes que tiene la Institución Educativa Doce de Octubre, desde hace dos años sus directivos y profesores están empeñados en sacar adelante una huerta experimental en la que buscan combinar prácticas amigables con el ambiente (con métodos de agricultura orgánica) y procesos de automatización para que las plantas tengan la cantidad adecuada de agua y nutrientes todo el tiempo.
Además de ser un ejercicio pedagógico, es una apuesta por impactar la alimentación de los habitantes de ese sector del noroccidente de Medellín y, de rebote, contribuir con una causa global como es la eliminación del hambre en el mundo, contenida en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
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La parte conceptual comenzó en 2022 aprovechando una alianza entre la Secretaría de Educación y la Universidad Pontificia Bolivariana. El año pasado iniciaron las primeras prácticas y en 2024 la iniciativa se consolidó en cuatro pequeños espacios que suman unos 12 metros cuadrados pero que, aprovechando un sistema de camas, les alcanza para cosechar lechugas, tomate, cilantro, zanahoria, pimentón y pimiento dulce, cebolla cabezona, así como varios tipos de aromáticas que venden entre la misma comunidad académica. Hay además algunos árboles frutales.
Con las huertas tienen que ver los alumnos de todos los niveles. “Esto se vincula con un componente curricular, de forma que los conocimientos que se desarrollan en clase se relacionan con la huerta como centro de práctica. Por ejemplo, en Lengua Castellana se hacen ensayos relatando las experiencias y en matemáticas se llevan los cálculos que requiere el proceso de preparación de la tierra, de siembra, recolección y venta”, explica el rector, Juan Guillermo Bastidas. También a los alumnos les han puesto la tarea de que siembren algo en sus casas y luego lo lleven a las aulas. El propósito es que también las familias se impregnen de este aprendizaje.
Igualmente el colegio ha hecho convenios con la Junta Administradora Local de la Comuna 6, que posee un centro de formación agroecológico urbano. El próximo reto será ver cómo funcionan los dispositivos de riego durante las vacaciones para que las plantas sobrevivan y luego, para el año entrante, la intención es aumentar las áreas de cultivos y desarrollar más la modalidad de hidropónicos que apenas está en ciernes.
Pero el verdadero medidor del éxito de la estrategia será la cantidad de familias que en los años próximos multipliquen esta experiencia.
“Así sea en el balcón, pueden tener una canastilla o una caneca para una cebolla, un tomate o una lechuga. Con esto se ayuda la alimentación sana porque saben qué se están comiendo y lo otro es la ayuda al bolsillo de las familias”, puntualiza el profesor José Olaya, uno de los artífices.
El “Museo escolar: un mundo de murales, no de muros” se gestó en alianza con la corporación Manguala. La coyuntura era que la sede de primaria del colegio Héctor Abad Gómez necesitaba pintura. Y se les ocurrió aprovechar para sensibilizar contra cierto estigma que carga el colegio y el sector donde está localizado –Niquitao, en el Centro de Medellín–.
Pero vieron también la oportunidad de plasmar mensajes que reflejaran la filosofía institucional. No hay que olvidar que este colegio no solo está marcado por la impronta del defensor de Derechos Humanos del que toma su nombre sino por el hecho de que una tercera parte de sus 2.700 alumnos (865) son migrantes venezolanos más otros originarios de varios países, además de desplazados y miembros de la comunidad Lgbtiq+, entre otros. El énfasis es mayor en la sede de Niquitao, donde los venezolanos son el 60% de sus 320 estudiantes.
La profesora Yólida Ramírez explica que en los 20 murales del museo trabajaron cuatro aspectos: inclusión, diversidad, garantía de derechos y movilidad humana. Estos están dispersos por los tres pisos de la edificación y hay uno en la fachada.
Se trató de un proceso que comenzó con talleres con líderes estudiantiles y mediadores escolares para formarlos como mediadores culturales. De ahí salieron los conceptos para que trabajaran varios artistas de Chile, República Dominicana, Bogotá, Manizales, Chinchiná y Medellín. Y estos afinaron los bocetos con una retroalimentación posterior en la que también estuvieron profesores y padres de familia, entre el 14 y el 18 de octubre.
En general, allí se ven reflejados los temas que usaron como eje.
“Lo que queremos es resignificar las trayectorias escolares y personales de los niños, niñas y jóvenes que llegan a la institución desde otros países, de otras ciudades y de otros sitios de la ciudad, porque este es un colegio para todos y todas, que no le cierra las puertas a nadie”, explicó la docente Ramírez.
El museo se inauguró el pasado 19 de octubre y está disponible para que lo visiten los vecinos, estudiantes de otros colegios, grupos de adultos mayores y todo el que se anime.
Este año abre hasta los primeros días de diciembre, cuando salen a vacaciones los profesores y directivos, pero de nuevo estará en servicio en el retorno del año lectivo 2025.