En el mundo existen cuatro versiones originales del cuadro El Grito, del noruego Edvard Munch, y en el noroccidente de Medellín hay una escultura alegórica que suena a copia, aunque el motivo de de quien la modeló le da un toque de originalidad.
La obra del siglo XIX fue inspirada en el sufrimiento que el autor europeo intuía que podría sentir su hermana, quien padecía de trastorno bipolar, y sobre la versión local, la que se encuentra en el barrio El Progreso, se cuenta lo siguiente: resulta que en la década de 1990, uno de los jóvenes que asistía a las clases con el maestro Guillermo Villegas le repetía hasta el cansancio que había una imagen que no se le salía de la cabeza, que no lo dejaba dormir.
—!Hágala con arcilla!, le respondió el maestro.
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Así nació esta imagen de una persona con la boca abierta hasta más allá de su límite natural, como si se desfogara con un alarido tan fuerte que llegara al más allá, y que corresponde a la última expresión de una persona antes de ser asesinada por ese muchacho.
En el mismo recinto de TallerarTe hay varios diablos con todo y cachos, como la imagen estereotipada del ser maléfico antagonista del dios cristiano, y es producto de una actividad en la que la propuesta provocadora era que sacaran los demonios que cada uno tenía por dentro.
También, lucen algunas imágenes de Cristo, producto de una capacitación en la que Guillo -así llamaban al maestro- les propuso que pensaran cómo hubiera sido Jesús si no hubiera muerto crucificado a los 33 años de edad, sino de viejo. Por eso cada vez aparece más arrugado y cualquiera podría decir incluso que hasta insinuando canas.
El mensaje era que ellos mismos, en aquella década aciaga en que muchos jóvenes de las comunas de Medellín no nacían pa’ semilla se vislumbraran entrados en años y plantearles que la “pelona” (muerte) prematura no tenía que ser su final ineluctable.
Para ese tiempo la directora actual de TallerarTe, Camila Flórez, tenía apenas unos 7 años –acaba de cumplir 35-, pero recuerda que con frecuencia y a cualquier hora del día tenía que salir corriendo a resguardarse porque se armaba una balacera; además, uno de los pasatiempos de los niños el fin de semana era ir a visitar el sitio donde había caído el último muerto del barrio El Triunfo y fue justo en esa época en que Guillo fundó esta especie de escuela de arte que a la vez fue todo un laboratorio de paz.
Al sitio empezaron a llegar jóvenes del sector y entre ellos muchos integrantes de bandas. En un rincón estratégico, el maestro tenía un mueble llamado El Armario y ahí cada uno tenía que dejar pistolas, revólveres o cualquier arma que lo acompañara, de manera que el salón se convertía en una especie de zona de distensión donde era prohibido agredirse. Y así lo cumplían, a pesar de que por fuera se portaran como enemigos a muerte.
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Ese mismo lugar donde han permanecido por cerca de tres décadas es hoy día motivo de una tensión que ha llegado hasta instancias legales, pues mientras que los herederos de la obra de Guillo quieren mantenerlo contra viento y marea y buscan que se convierta en una especie de museo que rescate la memoria de aquellos tiempos, las directivas del colegio Progresar, al cual pertenece el espacio quieren recuperarlo para darle un uso institucional.
El maestro Villegas fue el primer profesor de educación artística que tuvo esa institución, que entonces no estaba adscrita al Municipio, sino que era administrada por terceros dentro del programa de Ampliación de Cobertura. Era un hombre barbicano de apariencia bíblica, procedente del Tolima, que se esforzó porque el proyecto educativo estuviera atravesado por el arte y por transformar desde allí el contexto de violencia de la zona noroccidental de la ciudad.
Luego pasaron dos cosas importantes: que el Municipio tomó el manejo directo del colegio y que “Guillo” falleció el 17 de mayo de 2017 a los 77 años de edad, si bien ya les había hecho la sucesión a sus alumnos y alumnas aventajadas, entre ellas Camila.
A TallerarTe se han ido acercando también, de manera espontánea, migrantes venezolanos buscando la integración para sus hijos, y familias de los barrios aledaños en las que hay niños con necesidades especiales que ven en el arte una forma de aprestamiento.
Sofía González, por ejemplo, es una niña de 12 años con un nivel de autismo tipo 2 mezclado con hiperactividad. En un colegio regular logró llegar hasta sexto grado, pero a una profesora con 40 estudiantes le quedaba imposible dedicarle la atención que requería y la niña terminó desertando. “Sofía no está escolarizada porque la verdadera inclusión no existe”, dice su madre, Janeth Castrillón, viuda desde 2019, diseñadora gráfica y profesora voluntaria en TallerarTe.
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Desde hace cuatro años, ambas van tres veces a la semana, una a enseñar pintura, dibujo, escultura con arcilla y jardinería, y la otra a esculpir, pues tiene un talento especial para crear formas bellas. La niña también aprendió inglés de manera natural a un punto que le permite hablar con su hermano, también autista en un nivel menor. Este trabaja como operario bilingüe en un call center, estudió música y toca diez instrumentos.
“Recursos no mantengo y entonces busco espacios gratuitos, donde ella sea incluida, porque no todo mundo está preparado para trabajar con niños como ella”, dice Janeth.
Como Sofía, a TallerarTe asisten de manera regular y sin costo unos 15 menores de edad con discapacidades cognitivas y cerca de 30 más esporádicamente, e igualmente les dan talleres a particulares y alumnos de distintos y particulares, muchos de los cuales son víctimas del conflicto; por eso Camila cita eso como otra justificación de la necesidad de conservar este sitio como espacio de inclusión.
El aula donde dictan las capacitaciones parece en sí mismo un museo por la cantidad de obras que reflejan ese recorrido, pero adicionalmente, al lado, hay un depósito con esculturas que quedaron de los procesos y que serían el material para una especie de Museo de la Memoria.
Hasta ahora esos argumentos para justificar la pertinencia de TallerarTe solo habían sido necesarios en una ocasión, en 2001, cuando una administración que se estrenaba en el colegio reclamó el espacio, pero la comunidad envió cartas a diestra y siniestra y bloqueó la entrada de la institución, de manera que el asunto se echó al olvido.
En 2020, también bajo la coyuntura de una nueva administración en el establecimiento educativo, revivió la reclamación y eso ha mantenido la zozobra de no saber qué pasará con el taller de arte. El asunto ya llegó incluso a la inspección de policía del sector, donde instauraron una querella pidiendo el desalojo.
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Mientras que Camila Flórez acusa intransigencia del colegio Progresar y dice que despojarlos “sería como hacer una revictimización”, la rectora, Conny Helen Barth, aduce que en un principio trató de llegar a un acuerdo, pero tuvo oídos sordos en la contraparte, que y si bien ella fue reclamante directa como cabeza de la institución educativa, actualmente son los mismos padres de familia y el Municipio.
Este diario se comunicó con la Secretaría de Educación y una fuente allí explicó que, efectivamente, el colegio amplió su oferta de cupos en vista de la mayor demanda, por lo que el espacio se requiere para montar aulas en el nivel de transición escolar.
La misma fuente confirmó que para noviembre está programada una audiencia y se da casi por hecho que ordenarán la evacuación teniendo en cuenta que se trata de un bien fiscal y que el derecho a la educación de los niños prima.
No obstante, manifestó que la intención no es dejar en el aire a TallerarTe, al que le reconocen toda su historia y su aporte social y por eso conformaron una comisión de trabajo entre varias secretarías: Educación, Paz y Derechos Humanos, Participación Ciudadana, y Cultura.
“Estamos buscando alternativas para presentarles y que lleguen a un lugar cercano, que esté en el barrio”, concluyó.