La actividad volcánica despierta siempre fascinación, pero la erupción del volcán Los Aburridos, en límites entre San Pedro de Urabá y Necoclí, ocurrida este lunes 11 de noviembre, causó pánico porque nadie tenía en los planes presenciar un volcán en esa zona echando fuego con violencia, a lo sumo expulsando lodo. Pero el fogonazo, que según testigos lanzó un bramido que a decenas de kilómetros se escuchó como un avión de combate, dejó a la población y a la ciudadanía en general presa del desconcierto.
En las inspecciones de los geólogos y los sobrevuelos de las autoridades este martes 12 de noviembre se pudo dimensionar mejor el panorama en la zona y corroboraron que, a pesar de la violencia de la explosión, por fortuna no hubo víctimas que lamentar, más allá de las cinco personas desmayadas por el susto y algunas lesiones menores de habitantes de la zona en medio de la huida.
Aunque muchos ciudadanos en redes manifestaron no conocer sobre la existencia de Los Aburridos, este ha sido uno de los volcanes más activos en las últimas décadas en esa cinturón volcánico que va de la región Caribe al Urabá antioqueño, el llamado Cinturón del Sinú-San Jacinto, que tiene por lo menos 60 volcanes de lodo identificados, 19 de estos en Urabá.
Lo que se conoce como volcanismo de lodo técnicamente es un fenómeno geológico llamado diapirismo de lodo, que según explica José Fernando Duque, geólogo y docente del Departamento de Ciencias de la Tierra de Eafit, se origina por la acumulación en profundidad de material arcilloso de características plásticas y que también recoge todo tipo de sedimentos, materia orgánica de antiguos manglares y turberas contenidas y acumuladas durante más de 20 a 30 millones de años.
Ese material, explica Duque, está constantemente buscando salida hacia la superficie a través de fracturas lo que genera levantamientos del terreno con bocas parecidas a las de los volcanes tradicionales, pero también cerros en forma de domo, plataformas de arrecifes y hasta islas. Es un proceso continuo y casi imperceptible que se evidencia en el burbujeo de lodo o en algunas explosiones más o menos grandes, recalca el docente. Pero para que ocurra lo que ocurrió este lunes festivo hay otro ingrediente que se suma, recalca el geólogo, y es la acumulación de gas metano producto de esa materia orgánica en descomposición. De manera que en el proceso de búsqueda de la superficie ese lodo empuja las llamadas bolsas de gases, que una vez salen, entran en contacto con el oxígeno y encuentran en el proceso de fricción el iniciador del fuego, lo que termina provocando esas explosiones gigantescas y las grandes llamaradas que hicieron pensar lo peor a los habitantes de la zona, campesinos y comunidades indígenas vecinas.
El profesor recalca que aunque no es una reacción muy frecuente en el diapirismo de lodos, tampoco se sale de los patrones esperados entre el Cinturón de volcanes. Incluso apunta a que en Cartagena hay amplios reportes de procesos de liberación de gases en el mar, aunque no alcanzar a ser advertidos por la población.
Ahora bien, más allá del susto y la zozobra que genera este episodio, tanto Duque como el geólogo de la Universidad Nacional, Oswaldo Ordóñez, coinciden en que lo que pasó podría calificarse como positivo. Ordóñez enfatiza que la explosión evidencia que había una gran presión acumulada de gases y que el hecho de que después del fogonazo que duró varios minutos la llama se extinguiera es evidencia de que esa presión logró disiparse mayoritariamente, pues de otra manera todavía estaría ardiendo por la volatilidad del metano.
Lo otro que también puede tomarse como positivo en medio de los esfuerzos para perfeccionar información que permita comprender mejor estos fenómenos y mitigar sus amenazas es que El Aburrido haya tenido actividad masiva por tercera vez en medio siglo de una manera que parece responder a ciertos rasgos cíclicos. El martes 17 octubre de 1972, los campesinos de la zona cercana al cerro Los Aburridos también atestiguaron una columna de 100 metros de llamas, durante una erupción que arrasó con 20 hectáreas de cultivos y dejó tres personas heridas. “En el mismo cráter del volcán, que parece un cráter lunar, y en las faldas, se aprecian desde el aire los escombros chamuscados de numerosas viviendas humildes. Asimismo, de un bosque que estaba en las vertientes de la colina solo quedan ahora miles de troncos convertidos en leña gris, ya incendiados y todavía humeantes”, escribió el periodista.
31 años después volvió a estallar. Los testigos de esa erupción del 19 de julio de 2003, aseguraron que a las 10 de la noche el cielo se puso completamente rojo, como si de repente se hiciera de día en medio de un amanecer de sol activo. Las llamas se divisaron desde lo profundo del departamento de Córdoba y tras la explosión el volcán empezó a expulsar dos ríos de lodo quemado que se derramaron cuesta abajo.
Tras esta nueva explosión, 21 años después de la última, El Aburrido se inserta en los patrones observados a lo largo de varias décadas por parte de Ingeominas y ahora el Servicio Geológico Colombiano, que han registrado actividad cíclica en varios de los volcanes que forman parte del cinturón del Sinú-San Jacinto, lo cual, en medio de la impredecibilidad de estos fenómenos, permite anticipar algunos planes y tomar decisiones en áreas de influencia de estos volcanes.
Planificar, eso precisamente, según resalta Ordóñez, es lo más importante tras un episodio como el ocurrido este lunes. Según el director técnico de Geoamanezas, John Makario Londoño, la dispersión de lodos que encontraron tuvo una extensión similar a la estela que dejaron las erupciones anteriores. Con esta información, expone Ordóñez, lo que se debe hacer ahora es delimitar el área que se vio impactada por esta erupción y contrastarla con los mapas de riesgo que ya existen del Cinturón para declarar posteriormente la zona como área de protección por actividad geológica, lo cual restringe la ocupación para establecimiento de vivienda o cualquier tipo de actividad productiva.
Ordóñez resalta que lo ideal sería poder tener equipos de monitoreo en el terreno, sensores ultrasensibles que midan microsismos y también equipos térmicos que detecten todo tipo de liberación de energía, una red de datos que arrojen información confiable de esa todavía enigmática faja que va desde el Golfo de Urabá hasta Barranquilla y que mantiene una actividad constante por el movimiento de la placa tectónica Caribe que empuja toda la zona costera.
La noticia tranquilizadora es que, contrario a los mitos que pululan entre la población, no es cierto que una vez un volcán entre en actividad genere una especie de reacción en cadena con los demás. El profesor Duque recalca que aunque forman un llamado cinturón realmente no están conectados. Lo que sí es importante es que estos episodios sirvan para despertar una reacción más activa entre la población en zona de influencia para que establezcan redes humanas de monitoreo que logren avisar a tiempo si detectan cambios en la forma del terreno, agrietamientos, embombamientos, señales que siempre arrojan estos volcanes antes de entrar en actividad y que pueden servir para salvar vidas, evitar pérdidas materiales y que más allá de la espectacularidad, el interés y las pistas que dejan para la ciencia, no se conviertan en tragedias.