Pese a los nubarrones y a los amagos de aguacero, la comunidad de Vegachí salió ayer a las calles a celebrar con bombos y platillos la buena noticia que les daban. Bandas, chirimías y niñas bailarinas se volcaron a las calles para celebrar con alborozo, toda vez que les certificaron que en cualquier parte del municipio se puede pisar tranquilo sin el riesgo de que los pasos se vuelvan una desgracia.
Resulta que el municipio recibió la declaración oficial que certifica que 10.922 metros cuadrados del territorio están libres de sospecha de artefactos explosivos. Es decir que sus 26 veredas –algunas de ellas epicentro desde los 80 de agrias luchas entre ilegales y fuerza pública– quedaron libres de sospechas de que en ellas se alojen minas antipersonales, munición sin explotar o explosivos improvisados.
La declaratoria se logró luego de dos años de arduo trabajo realizado por los 73 miembros de Humanity & Inclusion HI, la entidad internacional designada en Vegachí desde julio de 2021 por el gobierno nacional para las labores de mapeo, ubicación y destrucción de estos artefactos que tantas tragedias han causado en Antioquia y que en Vegachí han dejado ocho víctimas.
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“Estamos muy contentos con la declaratoria porque a partir de ahí se va a generar una confianza para volvernos el territorio de paz que hemos soñado. Es un gran avance porque es una garantía para que los campesinos puedan desarrollar sus proyectos productivos y sus actividades del día a día tranquilos”, comentó Luz Yenit Espinosa, secretaria de Asocomunal Vegachí.
Y es que son los líderes comunitarios los que saben lo que significa tener una sospecha de mina en el territorio. Por ejemplo, uno de ellos explicó que cuando la comunidad detecta el elemento no sabe si reportarlo o no, toda vez que el armado que lo puso todavía puede estar en la zona y tomar represalias.
“Además, las zonas donde se reportaban sospechas de minas quedaban con estigmas que evitaban que allí llegara la institucionalidad por la falta de garantías. ¿Qué misión médica o que profesor rural se iba a arriesgar a ir a una vereda bajo sospecha?”, comentó.
Pero una cosa es tener como solucionar el problema y otra confiar en quien lo haga, y ese fue el trabajo que hizo HI inicialmente: ganarse a los vegachiseños para poder que su trabajo no solo fuera efectivo, sino que tuviera repercusiones a lo largo del tiempo. Por eso fueron puerta a puerta, finca a finca, contándole a la gente lo que iban a hacer y cómo lo iban a hacer. Pero también “educándolos” en qué hacer ante la presencia de uno de estos elementos para evitar que así el riesgo se volviera tragedia.
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“Hicimos un estudio que se extendió por todo el territorio para determinar donde podrían estar dichos explosivos. Eso fue un ejercicio que se hizo con la comunidad y para la comunidad. Por eso fue importante determinar que en el equipo de 73 personas que trabajaron en Vegachí, el 70% fueran de acá mismo. Ese fue un trabajo casa a casa para también orientar –con 51 talleres realizados– a las personas en como abordar de mejor manera estos elementos y como evitar que los riesgos se vuelvan una amenaza para sus vidas”, comentó Andrés Enríquez Ruiz, director para HI en Colombia.
Por eso Enríquez tiene confianza al decir que su entidad entrega libre de sospechas a Vegachí “completo” porque el resultado de su trabajo es fruto del vínculo con la comunidad. “Trabajamos de la mano de ellos, reconociendo sus capacidades y sus conocimientos”, apuntó.
Gracias a esa confianza forjada se pudo priorizar el riesgo que representaban las amenazas de artefactos en sectores golpeados históricamente por la violencia como las veredas Moná y El Cinco, sobre todo la última que es usada como corredor del ELN o el Clan del Golfo. De hecho, gracias a esa confianza recíproca es que se pudo ubicar el único elemento explosivo que fue destruido durante estos dos años en Vegachí.
“Una persona nos comentó que en la vereda La Cristalina había hallado hace casi 40 años un artefacto explosivo después del paso de un actor armado por la zona y qué él, para evitar que le explotara a alguien, lo había movido y lo había enterrado cerca de una fuente hídrica. A mí me avisan del asunto, hablo con la persona para entender el contexto, me desplazo al lugar de los hechos y en efecto lo hallo y me di cuenta de que era una munición de mortero de 60 milímetros, que luego destruí de forma controlada”.
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Quien cuenta la anécdota sin pestañear es Deimer Eusse Periañez, gerente de operaciones de HI, y el hombre que se encarga –cuando toca– de hacer detonar los artefactos explosivos. Deimer tiene apariencia de joven, pero ya lleva 11 trabajando en desminado y en su haber ya ha destruido más de 100 artefactos explosivos. Aun así dice que hay que tener algo de loco para estar en un trabajo como el suyo. Pese a la frialdad con la que narra los hechos, Deimer cuenta que cada encuentro con un artefacto está lleno de riesgos no solo por la amenaza de los volátiles explosivos, sino que a veces llegar por escarpadas y accidentadas zonas a ellos con todo el equipo necesario para su detonación controlada es toda una odisea.
“Yo como cristiano tengo mi momento de oración. Encomiendo lo que voy a hacer, lo hago poniendo mi vida y mis manos como instrumento para salvar vidas, porque cada artefacto que destruyo es mínimo una vida que estoy salvando. Aun así sigo teniendo el mismo miedo que el primer día que hice una detonación controlada. Y eso no es malo porque como le dicen a uno en la instrucción, el día que uno no tenga miedo de hacer, esto es el día que puede cometer un error fatal”, confesó.
Y aunque Deimer y su familia son conscientes de los riesgos que este tipo de artefactos representan, él también sabe que su mayor recompensa la obtiene cuando le devuelve la tranquilidad a la gente que confió en él.
“Cuando uno ve que los campesinos –que salieron de sus tierras por esos explosivos–, retornan y valoran el esfuerzo tan duro que uno hace por ellos, es muy bonito, es una recompensa a esa confianza. El hecho de saber que estoy salvando vidas, ‘paga’ el esfuerzo de este trabajo”, apuntó.