Pocos libros que no sean espirituales —o espirituosos— transforman la vida o te producen un cambio. Después de leer Y si acaso yo muero en la guerra (Tusquets, 2024), de Juan Diego Mejía, decidí salir a trotar por primera vez en la vida. La novela cuenta la historia de Pablo, un soldado que le sacó gusto al trote mientras le daba vueltas a una pista en el Urabá antioqueño persiguiendo a una mulata preciosa; cuenta la historia de Aníbal, un padre que trota en Envigado para servirle de ejemplo a su hijo y para exorcizar la tristeza; cuenta la historia de un escritor —el narrador— que trota mientras se pregunta sobre qué debe escribir, para qué sirve un novelista en este país triste.
Hablo con Juan Diego Mejía en un café de El Poblado, es un hombre generoso, tranquilo, pronuncia las palabras con la suavidad del vuelo de un pájaro pequeño.
“Es una reflexión que me circunda hace mucho tiempo. Lo que pasa es que la novela tiene como una génesis, nace de un cuento que yo había escrito hace un tiempo sobre un soldado amputado pues un soldado que perdió una pierna mientras prestaba servicio en Urabá. El cuento narra que él estaba enamorado de una mujer, una joven, que salía a correr por los mismos lugares por donde él corría. Ese cuento tuvo una vida más o menos placentera, porque fue incluido en antologías del cuento y fue traducido al francés, y yo pensaba que ese cuento ya había cumplido su labor, pero me quedó dando vueltas la idea de ese soldado y apareció el papá, porque yo soy papá; y apareció un papá viejo, porque yo soy un papá viejo. Entonces creé un personaje que era un papá mecánico y se compadece de su hijo, en cierta forma siente una culpa, porque cree que lo que le pasó a su hijo es su responsabilidad por haberlo llevado casi obligado a que se entregara al Ejército para prestar el servicio militar, cosa que él hizo porque en el barrio en el que vivían corrían un peligro muy grande por la guerra de los combos”.
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“Sí, porque aparece el padre como complemento de la historia del muchacho, del soldado, y aparece primero como un monólogo del padre y, por otro lado, está el monólogo del soldado. Pero eso era muy arriesgado porque podría no funcionar, podría no conectarse en la mente del lector. Entonces decidí meter a un narrador y, después de darle muchas vueltas, pensé que el narrador era yo mismo, sin decir que soy Juan Diego Mejía, sin identificarme totalmente, pero con unos parecidos a mi vida; se parece a lo que yo era más o menos en 2006, que es cuando se desarrolla la novela. Ese narrador, entonces, tenía que contar un poco su motivación: por qué aparece ahí, por qué aparece entre dos personas que no tienen nada que ver con su vida, y eso pasa porque el escritor va a correr a Envigado y conoce por casualidad a Aníbal, el mecánico. Al ver esa realidad, aparecen sus dudas, se da cuenta de que es un hombre que se está volviendo viejo, que tiene 55 años en ese momento, y que le incomoda cuestionarse por los escritores colombianos que deben ocuparse de la realidad. Con esas columnas avanza el libro, en una relación con el viejo y con el muchacho, así el narrador trata de construir una historia que puede ser la historia de él, pero es realmente la historia de esos dos otros personajes”.
“En el lanzamiento, Patricia Nieto me preguntó eso, dijo que se sintió leyendo un reportaje, inclusive llegó a pensar que era real. El tono y el personaje sí tienen unos comportamientos que se parecen a los de un periodista, pero la gran diferencia es que todo esto es ficción”.
“No me planteé la necesidad de hacer una novela de denuncia, pero la verosimilitud de la historia me puso frente a muchos hechos y tenía la disyuntiva de si contarlos o no, entonces decidí contarlos, porque estoy, digamos, en un mundo de ficción y muchos de los hechos que narro ahí están documentados, por ejemplo, en las audiencias de la JEP y en la prensa. No estoy inventando nada, pero tampoco estoy eludiendo. Sé que tantos hechos nombrados eran un riesgo”.
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“Fue más o menos en 2022. Iba a escribir otra novela sobre una tragedia que tuvo un familiar, pero eso no funcionó, entonces me quedé sin proyecto. Luego empecé a documentarme yendo a la IV Brigada en el 2023, allá me ayudaron mucho. Entrevisté a soldados profesionales que llevaban mucho tiempo en el Ejército. Encontré historias de soldados amputados, me sorprendió que tenían un protocolo, por ejemplo, cuando caen en una mina, si quedan vivos, tienen que decir su nombre para que sepan los demás que sí está vivo, de lo contrario lo dan por muerto; todos dicen que su primera preocupación es perder los genitales; después viene la realidad: las operaciones, verse mutilado, sentir que el pie todavía está ahí, aunque no esté. Y hay otra, una cosa final, y es que no todos encuentran una vida en el Ejército después de eso, porque sobre todo los que son soldados rasos no tienen posibilidad de un oficio, son relegados a oficios muy precarios en el Ejército, como el aseo o la cocina, pero ellos sueñan con estar en la oficina”.
Pese a que es una novela rural, porque pasan muchas cosas en Urabá, es una novela urbana, a vos siempre te ha interesado contar a Medellín en tus libros...
“Total. Me interesaba mucho marcar las calles. Algunas generaciones posteriores a la mía se cansaron de nombrar las calles, casi que ni se sabe en qué tiempo están, montan personajes que están sin coordenadas de tiempo y espacio, están como en el flotante. A mí me interesa mucho la época, marcar la geografía y nombrar a Medellín. Por eso en esa maratón que ocurre en el libro, bajan por la Calle Colombia, dan la vuelta por la Biblioteca Pública Piloto y ahí el narrador ve su pasado, porque aparece Manuel Mejía Vallejo; luego aparece la Universidad Nacional, aparecen los estudiantes que estaban oyendo Mercedes Sosa y estudiando física; luego vienen la Universidad de Antioquia, el Cementerio, el barrio Prado, que está tapizado de guayacanes, la avenida Oriental, donde se rompe el hechizo de la ciudad del recuerdo”.
“Tenés razón. Lo que pasa es que los temas les llegan a los escritores con un tiempo de diferencia, es a los periodistas a quienes los temas le llegan inmediatamente; el periodista tiene una sensibilidad diferente y una mirada diferente porque tiene que cubrir la inmediatez del conflicto, pero digamos que los narradores de ficción tuvimos que esperar hasta el postconflicto para mirar hacia atrás con perspectiva y de esa manera entender. Esto ni siquiera es un asunto racional, se trata de que uno como narrador no siente las cosas en el momento en que ocurren, con el tiempo las siente diferente, cuando todo se le va formando en la cabeza y se le va apoderando del cuerpo y ahí quisiera hacer una cuñita a un pensamiento de Saramago, Saramago decía que se distanció de Pessoa porque este decía que había que pensar todo lo que sentimos, pero Saramago propone que lo que debemos hacer es sentir todo lo que pensamos, que debe privilegiarse el centro del sentimiento, del corazón, por encima del cerebro. Por eso creo que este es el momento en que ya podemos sentir lo que ha pasado en este país”.
“Es que correr sana, ese es el aprendizaje que tengo desde los últimos 30 años de mi vida, correr sana, correr aclara ideas. Por ejemplo, la formación de Aníbal como corredor es dolorosa, porque él siente que se muere desde el principio y sigue dándole y finalmente corre una media maratón, aunque con algo de ayuda. Yo siento que el trote me cambió la forma de ver la vida, pues no me interesan las competencias, no me interesan las superioridades morales, me interesa saber que uno está con uno mismo siempre y siempre uno está midiéndose con uno mismo. El trote es un ejercicio que te aterriza, que te ubica en la realidad: esto es lo que eres capaz de hacer con el cuerpo, y en la novela el narrador quería hacer alarde de que iba a correr 55 kilómetros y un poco más y al final la vida le demuestra que para qué”.
“No, no es recomendable correr todos los días porque uno se desgasta mucho, salgo cada día por medio y voy a la cancha los viernes, pero corro mucho por las transversales, los domingos voy a la ciclovía de El Poblado; a cualquier parte adonde viajo llevo mis tenis me pierdo en las ciudades corriendo, me he perdido terrible. En Los Ángeles una vez, hace mucho tiempo, sin celulares ni nada, me perdí”.
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“En el nivel aficionado uno llega a sentirse cómodo corriendo, se trata de un paso muy importante que se trata de vencer el dolor, cuando uno entrenando con disciplina vence el dolor, ya lo que hace después es disfrutar”.
“Eso depende de cada constitución y de la edad. Pero, por ejemplo, a Aníbal le costó, porque Aníbal ya era un hombre en la edad de pensionarse. Para un joven que ha jugado fútbol y todo, es más fácil. Pero hay que hacer un esfuerzo, hay que tallarse un poco al principio y después llega un placer, un placer impresionante”.
“Murakami dice que correr se parece mucho a escribir, correr largas distancias se parece mucho a escribir una novela, porque hay un momento, cuando se está escribiendo una novela, en que uno se siente perdido. Lo mismo pasa en una carrera de largo aliento, uno siente que no va a llegar, que el cuerpo no le pertenece, pero uno desarrolla la capacidad de pronunciar unos mantras, unas palabras que lo animan, y lo mismo le pasa al novelista, el novelista tiene que tener fe en que lo va a lograr, tiene que tener recursos para orientarse, tiene que ser capaz de conversar sobre lo que está haciendo, y esos son los mantras”.