Yolanda Sánchez Zabala cumplió el 5 de diciembre 57 años y con el de este año ya son 42 cumpleaños con la incertidumbre de si de verdad nació ese día o si fue un día antes, o de pronto una semana o seis meses o quien sabe. Se enteró que era adoptada algún día cuando tenía 15 años y tuvo que llevar un acta de nacimiento a la escuela. A su mamá de siempre, Hercila Zabala, que se había encargado con cuidado obsesivo de que nadie, mucho menos alguno de sus otros 14 hijos, revelara el secreto, se le olvidó que en el papel que le entregó a Yolanda ese día decía, sin eufemismos, que era hija adoptiva de ella, ama de casa y madre de 15, y de Roberto Sánchez, que trabajó y se pensionó en Tejicondor.
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Después de eso Yolanda hizo muchas cosas: se fue con una de sus hermanas a vivir a Londres, volvió y en unas vacaciones, siendo todavía adolescente, quedó embarazada de su primera hija, Milena. Volvió a Europa, aprendió inglés, formó una familia, una propia, de su sangre, la única con un vínculo biológico que conoce.
Hasta el día en que Hercila murió, hace ya 30 años de un ataque al corazón, Yolanda preguntó por su origen, pero la respuesta, o las respuestas, mejor, que recibió fueron mucho más crueles que el silencio: cada vez le contaban una historia distinta, hasta que la convencieron de no creer en ninguna. Que era hija de una niña de 14 años a la que obligaron a regalarla, que era una hija extramatrimonial de uno de sus hermanos, que un día se la encontraron metida en una canasta al frente de la iglesia del parque de Bello, etcétera.
La hipótesis con más fuerza —aunque Yolanda insista en desconfiar— la cuenta una de sus cuñadas, esposa de uno de los hermanos mayores de Yolanda que, para la época en la que ella nació, o mejor, llegó a la casa, ya era una mujer adulta: tenía más de 20 años y una hija de la misma edad de Yolanda.
Dice la cuñada que en el pueblo —de ese entonces— había un cura de nombre Argiro Ochoa que cito a Hercila y a Roberto el 5 de diciembre de 1967 a la Clínica León XIII y les entregó a la niña que tenía días, quizás horas, de nacida y que pesaba y medía menos que una ardilla.
La versión de la cuñada incluye también a una niña de 14 años como la supuesta madre biológica de Yolanda que tal vez tendría algún tipo de relación —familiar, personal— con el cura a quien ahora, cuando la búsqueda por los orígenes de Yolanda se intensificó, no han podido encontrar, probablemente porque ahora esté muerto o desmemoriado, o probablemente no y lea este artículo y llame a Yolanda al Whatsapp +44 7472556868 y la ayude a salir de dudas.
Eso es importante: según Yolanda no hace falta un encuentro presencial con su madre ni una sentada a tomar tinto, ni un reencuentro con cámaras de televisión y música melancólica de fondo. Con saber la verdad tiene.
Ha recurrido a todas las formas de búsqueda: ha ido a la iglesia a preguntar por el cura, se ha hecho pruebas de ADN con sus hermanos de adopción, y hace poco, cansada de ver el llanto y la angustia que aparecen religiosamente en cada cumpleaños, Milena, la hija mayor, hizo un video de Tiktok que ya tiene más de 38.000 reproducciones: de todas las versiones usó la más ganadora, la de más gancho, engagement, esa de que hace 57 años alguien la dejó metida en una canasta en Bello y de allí la recogieron sus padres adoptivos que aunque ya tenían 14 hijos, la mayoría (9) eran hombres y además una de las niñas, de apenas seis meses de nacida, acababa de morir y le estaban buscando reemplazo.
Repitió lo que repite su mamá mientras atiende la entrevista en una cafetería en Bello al lado de una de sus hermanas de quien es 20 años menor y unos 20 centímetros más alta: que ella no puede seguir envejeciendo sin saber de dónde viene, que no conoce a nadie con su misma sangre más allá de sus hijos y que sufre y entristece cada que se acerca un cumpleaños.
Yolanda es alta, mucho para la media colombiana, todavía más si se le compara con sus hermanas. También de espalda ancha, como de jugadora de waterpolo o de rugby, cara muy redonda, ojos y orejas pequeñas, nariz ancha y cabello crespo, mucho. “Así afro era el cura también”, recuerda una de sus hermanas. Pregunto también por su personalidad —mi mamá dice que camino y hablo como mi padre aunque lo vea un fin de semana al año desde que tengo memoria—. “Yo soy alegre, extrovertida, gritona, medio loca, rezandera y no pude haber brotado de la tierra”, dice.