Las duras críticas de The Economist tras los primeros meses de Trump: “solo faltan 1.361 días”

Hay quienes creen que las constantes amenazas arancelarias de Donald Trump y el repentino cambio de rumbo sobre su aplicación sin previo aviso, podrían tratarse de estrategias para sacudir los mercados y tener cierto control sobre su comportamiento. También, podría ser un viejo y conocido método para parecer impredecible y ejercer su poderío sobre rivales políticos y líderes mundiales.

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Y es que las conferencias de prensa en la Casa Blanca y su red Truth Social se han convertido en una herramienta que, sin exagerar, puede impulsar el movimiento de millones y millones de dólares en cuestión de minutos en el mercado bursátil. En cuestión de horas e incluso minutos, varias empresas e inversionistas se han beneficiado.

Por ejemplo, el mayor blanco de sus aranceles ha sido China. Le impuso uno de 145%, manteniendo a los inversores en incertidumbre, pero de un momento a otro cambió de opinión.

Trump descartó ese exagerado gravamen y precisó que buscará negociar con China: “Ellos van a ser muy amables, y veremos qué pasa”. Pero ese no ha sido el único ejemplo, luego de sembrar dudas sobre un posible despido del presidente de la Reserva Federal (FED), Jerome Powell, el mandatario republicano terminó descartando esa decisión, lo que alentó a los mercados al inicio de esta semana.

Así, al cierre del pasado martes el índice Dow Jones escaló un 2,66%, el Nasdaq Composite se recuperó 2,71%, y el S&P 500 ganó un 2,46%. Un repunte que obedeció a la masiva respuesta inversionista al hecho de que, en teoría, Trump seguirá al margen de la FED y respetando su independencia.

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Pero el ejemplo más claro de lo que está haciendo Trump se dio hace un par de semanas. Un pequeño anuncio en Truth Social bastó para acabar con una jornada negra en la Bolsa de Nueva York y motivar a los inversionistas a apostar por los títulos de Wall Street.

“¡¡¡ES UN GRAN MOMENTO PARA COMPRAR!!! DJT”, escribió Trump el pasado 9 de abril. Y, en efecto, comenzó a disparar los movimientos bursátiles.

Más tarde vino el anuncio del congelamiento de los aranceles por tres meses. Parecía que al presidente no le iba a temblar la mano, pero de forma sorpresiva cambió de opinión, lo que terminó por reponer a la plaza bursátil más importante del mundo.

Solo en el indicador S&P 500, que mide las 500 compañías más grandes de EE. UU., tuvo una recuperación asombrosa. Según datos de France 24, creció 9,5% al cierre del mercado ese día.

Se trató de la recuperación de unos 4 billones –sí, billones– de dólares, es decir, el 70% de la capitalización que había perdido en los cuatro días anteriores ante el temor inversionista por la guerra comercial.

La situación despertó sospechas en la oposición. La demócrata Alexandria Ocasio Cortez, miembro de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, dijo entonces que cualquier congresista que hubiera comprado acciones en las últimas 48 horas (al 9 de abril) debía revelarlo.

“Estuve escuchando algunas conversaciones interesantes en el piso. La fecha límite para divulgar información es el 15 de mayo. Estamos a punto de descubrir algunas cosas. Es hora de prohibir el uso de información privilegiada en el Congreso”, sentenció, refiriéndose a que algunos amigos o colegas de Trump podrían estar sacando provecho de la situación para crecer sus inversiones en bolsa.

La cuestión es que Trump es todo un conocedor de los negocios. Algunos creen que ha sido uno de los especuladores más exitosos en el mercado de bienes raíces de Estados Unidos. Potenció un negocio que heredó de su padre —Fred Trump—. Su estrategia ha sido adquirir propiedades en áreas estratégicas o de alto perfil para luego desarrollar, vender o licenciar su marca a un precio superior. Ahora es uno de los hombres más poderosos del mundo, por decir que el más poderoso.

Otros creen que el comportamiento de Trump obedece más a una estrategia política, llamada por algunos académicos como la “Teoría del loco”, que utilizó Richard Nixon.

Un artículo de BBC News habla sobre esto y explica que consiste en parecer un líder impredecible y capaz de cualquier cosa, para así lograr intimidar a sus adversarios.

El informe precisa que en lugar del botón nuclear, Trump aplica esta estrategia con los impuestos aduaneros, utilizándolos como herramienta de presión tanto en política exterior como en temas internos como la inmigración. Es por eso que sus declaraciones agresivas y repentinas generan incertidumbre en los mercados y entre los aliados, lo que hace que otros socios comerciales y empresas tengan dificultades para anticiparse o guardarles confianza a EE. UU.

Ahora bien, otra pregunta es, ¿de dónde sale el radicalismo de Trump contra el libre comercio? Este pensamiento viene desde los años ochenta, cuando el magnate buscaba apoyo para sus proyectos de millonarios japoneses. La revelación la hizo para la BBC, la exejecutiva de la Organización Trump, Barbara Res.

Desde su edificio en Nueva York, Res contó que Trump observaba a diario cómo inversores japoneses adquirían marcas y propiedades estadounidenses, como el Rockefeller Center, propiedad emblemática de la Gran Manzana, que fue adquirida en un 80% por la compañía nipona Mitsubishi.

Durante esa década, familias estadounidenses compraban consolas de Nintendo y las calles del país estaban inundadas de autos Honda y los millonarios nipones.

Ante dicho auge, el entonces empresario Trump solía utilizar su superyate, Trump Princess, para navegar en aguas asiáticas y atraer a millonarios japoneses, algo que, al parecer, se le dificultaba. Así lo mencionó Res, indicando que el magnate se quejaba casi todos los días de lo mismo. “Estoy cansado de ver a otros países aprovecharse de EE. UU.”, decía.

Una manifestación de esto fue en el 1987, cuando Trump lanzó su libro El arte de negociar. Entonces se dedicó a dar diferentes entrevistas en programas de televisión a nivel nacional.

En una de ellas, con la presentadora Oprah Winfrey, afirmó que para él no había libre comercio cuando Japón estaba “inundando” con sus productos el mercado estadounidense mientras era imposible hacer negocios en territorio asiático, por lo que él manejaría el comercio exterior de otra manera para que los aliados de Estados Unidos pagaran “el precio justo”.

Sin embargo, estos pensamientos no quedaron ahí. Según datos de medios e historiadores estadounidenses, Trump gastó cerca de 100.000 dólares para publicar una carta abierta en los principales periódicos de Estados Unidos con el título: No hay nada malo en la Política de Defensa Exterior de EE. UU. que un poco de firmeza no pueda solucionar.

“El mundo se ríe de los políticos de EE. UU., mientras protegemos barcos que no nos pertenecen, transportando petróleo que no necesitamos, destinado a países aliados que no nos van a ayudar”, se leía en el escrito del hoy presidente.

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Con polémicas y volviendo un caos el orden mundial, Trump ajustó sus primeros 100 días en la Casa Blanca, en medio de críticas como las de The Economist, que en su más reciente publicación lo calificó como “revolucionario” y se preguntó si tendrá éxito.

“Los primeros 100 días del segundo mandato de Donald Trump han sido los más trascendentales de cualquier presidente en este siglo, y quizás desde la época de Franklin D. Roosevelt”, empieza la publicación.

Asegura que “antes de su investidura, los estadounidenses se preguntaban qué tipo de gobierno les esperaba. Ese debate ya ha terminado. Trump lidera un proyecto revolucionario que aspira a transformar la economía, la burocracia, la cultura y la política exterior, incluso la propia idea de Estados Unidos. La pregunta para los próximos 1.361 días es: ¿lo logrará?”.

La portada de la revista fue acompañada con una ilustración de un águila calva –ave nacional de Estados Unidos– lastimada y repleta de vendajes, en lo que simboliza el duro arranque del segundo mandato Trump para la primera potencia mundial. “Solo faltan 1.361 días”, titula The Economist en su apertura.

Según el análisis, el mandatario aún goza de una alta aprobación, que es del 90% gracias a los republicanos. Esto ha ayudado a que encuentre “poca resistencia al avanzar en todos los frentes, atacando a la administración pública, los bufetes de abogados, las universidades, los medios de comunicación y cualquier institución que asocie con la élite de tendencia demócrata”.

“El método consiste en flexibilizar o quebrantar la ley mediante una avalancha de órdenes ejecutivas y, cuando los tribunales se pongan al día, retarlos a desafiar al presidente. La teoría se basa en un poder ejecutivo sin restricciones: la idea de que, como sugirió Richard Nixon, si el presidente hace algo, es legal. Esto ya ha socavado aspectos que realmente hacen grande a Estados Unidos”, se lee.

Una de las preocupaciones planteadas por The Economist es que si la revolución de Trump no se controla podría derivar en autoritarismo.

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También tuvo tiempo de recordar cómo inversionistas de bolsa que eran acérrimos defensores del republicano ahora están siendo “sus oponentes más efectivos, no por convicción política, sino porque se enfrentan a la realidad”.

“Trump ya ha causado un daño duradero a las instituciones, las alianzas y prestigio moral de Estados Unidos (...) Si los inversores, los votantes o los tribunales lo frustran, es probable que arremeta contra las instituciones con aún mayor ferocidad”, sentencia.

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