“Boric nunca se enfrascó en diálogos de sordos”: la exjefa de asesora del presidente de Chile habla con SEMANA

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SEMANA: El presidente Boric cumple tres años en el poder por estos días y comienza la recta final de su Gobierno. ¿Cuál es, en términos sencillos, un balance de este tiempo?Lucia Dammert: Chile ha vivido una etapa de muchos cambios y reacomodos en la discusión política que no parten únicamente con el estallido social, pero en los que el estallido social fue muy importante. Tiene, además, dos experiencias de intento de cambio constitucional. La primera, marcada por la participación de movimientos sociales y por una mirada transformadora. Y la segunda, vinculada a un mundo más conservador.Las dos fallidas, pero demostraron que hay un problema muy serio de representación y que aquellos que creemos que somos representantes de las opiniones generales de la ciudadanía en realidad no lo somos. Pero el Gobierno del presidente Boric ha tenido la capacidad de identificar que para gobernar se necesita diálogo.SEMANA: ¿Cómo lo ha hecho?L.D.: Él supo que para gobernar requería abrir la coalición también a la centroizquierda, que en Chile tenía ya más de 20 años de experiencia de Gobierno. Reconoció, por ejemplo, que los programas de gobierno no son para implementarse en cuatro años. Y hay logros importantes: ha aumentado el salario básico, se han generado programas de salud con más cobertura, acaba de pasar la reforma a las pensiones, pendiente hace 15 años. En Chile se ha avanzado con diálogo y colaboración, y veníamos de una polarización muy grande tras el estallido social. Creo que es una buena señal de la política, con P mayúscula. Enfrascarse en esos diálogos de sordos no permite avanzar en nada.SEMANA: Colombia también eligió un presidente de izquierda, en nuestro caso por primera vez en la historia, tras el estallido social. ¿Ve algún paralelismo?L.D.: Creo que es bien difícil comparar. Colombia venía saliendo de la firma de la paz. Pero, sobre todo, el presidente Boric es un presidente de izquierda que llega al poder después de una larga experiencia de mandato de la centroizquierda. Después de la pérdida de la primera propuesta constitucional, el Gobierno se abre a una segunda coalición que permitió tener un diálogo político distinto. No me atrevo a afirmar ciento por ciento sobre la situación de Colombia, pero evidentemente el cambio, en términos de quienes gobernaban antes, es muy distinto y la ampliación política tampoco se ha realizado.Lo otro que uno ve desde afuera es que el presidente Boric, con mucha rapidez, y respondiendo a sus principios y valores, se constituye muy rápidamente como un líder progresista que no tiene problema en decir que Maduro es una dictadura, que lo que pasa en Nicaragua son violaciones de derechos humanos, y no teme en apoyar a Ucrania frente a la invasión rusa. Entonces, también tiene una presencia internacional diferente. Por supuesto que es distinto hablar de Venezuela siendo país vecino que siendo un país más lejano, como es Chile.SEMANA: ¿Cree que había una expectativa diferente sobre el rol que podía cumplir Gustavo Petro en la región?L.D.: Cuando ganó Evo Morales la primera vez en Bolivia, primer presidente indígena, se generó un enorme impacto en el mundo de la centroizquierda y la izquierda, en términos de que verdaderamente era posible un cambio. Creo que en Colombia pasó algo parecido. Tantos años en los que la izquierda no llegaba al poder que había en ese momento y aun una expectativa de una transformación, no solamente en términos de los temas de seguridad, sino una transformación en las capacidades de participación política, una apertura hacia mayores niveles de inclusión, de justicia, que son los anhelos centrales de un Gobierno de izquierda.Pero hoy tenemos claro que los gobiernos lo que deben hacer es ejecutar. La gente busca gestión y resolución rápida de sus problemas. Uno esperaba que emergiera un liderazgo regional, pero eso no ha sucedido. Tampoco ha sucedido con el presidente Lula. Pero puede que los problemas que estamos viviendo a nivel regional y global inhiban la conformación de una voz latinoamericana sobre problemas centrales, como la crisis democrática o la climática.SEMANA: ¿Por qué Boric no se ha sumado a tener una solidaridad a ciegas con Maduro?L.D.: El presidente Boric históricamente siempre ha sido así. Tiene una posición muy clara respecto a las violaciones de derechos humanos. Así como tiene muy claro que Palestina e Israel tienen como solución la conformación de dos Estados.No me sorprende que reconozca que lo que está pasando en Venezuela es un debilitamiento completo del sistema democrático y, finalmente, un proceso no democrático. Pero el presidente Boric también abre oportunidades para otro tipo de conversaciones y diálogos. El Gobierno de Chile puso un embajador y buscó mecanismos de intercambio, por ejemplo, de datos policiales con Venezuela. Su posición tampoco busca aislar a Venezuela del marco regional, sino tratar de mantener mecanismos de diálogo.SEMANA: Chile es un país que ha recibido a miles de venezolanos. ¿Qué siente que va a cambiar en este nuevo contexto?L.D.: El proceso de la migración venezolana ha tenido, como en toda América Latina, tres olas. Los primeros que llegaron eran profesionales, sin ninguna necesidad de apoyo de protección social y que accedieron a una visa de solidaridad promovida por el presidente Piñera. Una segunda y tercera ola tienen que ver con personas que han tenido más dificultades económicas y que han pasado por otros países.Hoy siento que hay una reacción muy fuerte de la ciudadanía, que tiene como una de sus más altas preocupaciones el aumento de la migración por su posible vinculación con la delincuencia (que no se comprueba con datos serios), pero también con la limitación de su propio acceso al trabajo. Hoy no es fácil ser migrante en América Latina. Y creo que el pueblo venezolano en muchos lugares la está pasando muy mal. Tenemos una mirada muy negativa y un aumento del pedido de mano dura. En este año electoral va a ser una bandera muy usada.SEMANA: Cuando la izquierda gana el poder, suele haber un sentimiento de esperanza y de cambio mucho más grande que cuando llegan los partidos tradicionales. ¿Siente que pasó eso en Chile?L.D.: Lo que creo es que uno de los principales problemas que tenemos en Chile es que los gobiernos de doble minoría son muy difíciles de llevar. El presidente Boric no ganó la primera vuelta, sino que quedó segundo respecto al candidato de la derecha. Y no tiene mayoría en el Congreso. En un marco democrático, muchas de sus propuestas –que eran probablemente las más transformadoras– no se pueden realizar.Me parece que es muy importante reconocer que esas son las reglas del juego. Las reglas del juego no son cerrar el Congreso y hacer lo que uno quiera, o generar un estado de excepción permanente. Eso es algo que se aprendió muy rápidamente en Chile, pero que imprime también una discusión sobre nuestros sistemas de gobierno y la necesidad de verdaderas políticas de Estado.SEMANA: ¿Y cómo se maneja esa frustración de quienes votaron y no vieron esos cambios materializados?L.D.: Lo que pasa es que también hay que decir que una oposición absoluta no ayuda a la gobernabilidad. Creo que efectivamente lo que necesitan los países son oposiciones serias, con planteamientos técnicos y políticos serios, pero sin entrar a impedir que quien ha sido elegido haga algo, pues cuatro años perdidos en un país tienen consecuencias muy graves.SEMANA: Le escuchamos decir que usted les quitaría Twitter a todos los presidentes.L.D.: Sí. Yo se los quitaría. Creo que hay una confusión muy grande en la política de hoy día. En relación con la ciudadanía, quiero en esto ser antigua. Prefiero a los partidos políticos que tienen comunidades de base, que tienen militantes, que tienen organizaciones (izquierda o derecha) que tienen una forma de comunicarse con la ciudadanía, que no es el show de las redes sociales, desde Trump hasta cualquiera. Hoy día veo un campo realmente pervertido por la manipulación y por la polarización. No estoy muy convencida de que las redes sociales ayuden a acercar la política a la ciudadanía, sino más bien a aumentar la frustración con la política.

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